B E Y E Z A
lunes, 14 de septiembre de 2015
Nelly y June
Una se llama June. La otra se llama Nelly. A June la conocí cuando yo era muy chiquita: es la mamá de mi primer amor imposible, un vecino de mi abuela de Hurligham, seis años mayor que yo, que ni bola me dio jamás en su vida. Yo tenía 6, el 12. Hace unos años solíamos cruzarnos en el microcentro. Hace poco hablamos por trabajo, pero todo sigue en el mismo camino de la nada misma. A Nelly no la conozco, pero sé que es la mamá de mi amor imposible desde hace diez años, que alguna vez entendí que quiso, pero nunca fue. Hoy supe que ambas madres se conocen, que compartieron la escuela primaria. Nosotros, José M y yo nos conocimos 60 años después de que June y Nelly compartieran los pupitres y pensaran, quizás, en tener hijos algún día. Y así seguiremos, José y yo, también, el camino de la nada misma. Qué pena, el tiempo pasa y los caminos parecen tomar el mismo rumbo.
lunes, 8 de diciembre de 2014
Mi guitarra y tu fogón
Te fuiste aquella noche, añorando tus recuerdos de lágrimas
secas por el viento de un invierno gris. Cómo cambian las cosas en tu mundo de
crucigramas y recovecos disimulados por un alma vencida por la melancolía. Te
jugaste por alguien que no conocías y eso no es algo para dejar pasar. Lo tomé.
Confundí palabras. Me acerqué al alma solitaria que fabriqué y me perdí en un mundo de realidades difusas
y versiones diferentes difíciles de creer. Bastaba con decirme las cosas como
eran… Pero quién sabe cómo son las cosas cuando se presenta lo inesperado que
nos permite apartarnos al menos un instante de la rutina que nos sostiene. “Dame tiempo”, me dijiste una vez. Las ganas
no entienden de tiempos, pensé.
Leo tu caravana de sentimientos, sorprendida, para cruzar mis
canciones con las tuyas en donde el viento se hace música con la guitarra de tu
fogón. El LA 440 se pierde entre las notas hechas ceniza sobre mis pies descalzos. Aparece la gaviota que
nunca más volvió, enredada en acordes torpes de silencios insoportablemente
amargos. Lo cierto es que esta copla corta dejará que muera en mí el deseo de entrelazar mi voz con tu voz, y logrará que
la ausencia se instale en cada nota jamás compartida.
Y permanecerá el espacio mientras el tiempo se borrará para
siempre. Se cerrará el cancionero y teñirá de sombras la madrugada que fusilará
el recuerdo inexorablemente, para cantarte al oído que tuve que irme por calles
sin callejones, por laberintos olvidados de compases sin terminar, que, suspendidos
en tu voz ausente, algún día también dirán: otra vez será.
lunes, 24 de febrero de 2014
Me quedo
Me quedo y él se va, contento. Siempre están contentos los que se van. Pero yo me quedo. Casi con lo puesto, casi. Me quedo con nuestros comienzos de caminatas hasta el colectivo, o el subte. Con nuestras miradas cómplices y sus retos porque tomo agua mineral y debería tomar del dispenser. Con sus paranoias. Con sus frases divertidas en el silencio sepulcral de la oficina. Me quedo con su: “llegó la alegría” que me escribía todas las mañanas. Con nuestro primer y único almuerzo, porque después no quiso más por miedo a que nos descubrieran. Con nuestros más de cincuenta mails por día, con nuestras pelis aburridas y todo el helado que nos tomábamos en diez minutos: "Dulce de leche con almendras o nueces, banana split, frambuesa, melón..." —dijo. Con las ricas pastas que me cocinó en su casa aquella noche. Con sus extrañas tartas, llenas de lentejas con arroz, brotes de soja, maicena, dieciocho claras de huevo y cosas insólitas, bastante como para un: ¡puaj qué asco! Me quedo con algunas visitas fugaces y miles de malos entendidos que después nos causaban gracia. Con aquel primer llamado que se cortó, y yo sin crédito, buscando dónde cargar el celular a las doce de la noche. Con la visita inesperada con aquel chocolate difícil de conseguir y con el que me sorprendió esa noche. Con las monedas que siempre me cambió, con mis tironeos de su bufanda colorida en la boca del subte. Con los bombones Jackeline, ya un clásico entre nosotros… Me quedo con nuestras primeras charlas nocturnas, con su rutina de gimnasio y las visitas a sus viejos. Con su andar de mochila al hombro, su campera negra, su sobretodo gris.
Me quedo porque me quedé cuando entendí me necesitaba, en el peor momento del año, para decirle adiós a su mamá. Y estuve como pude, como me pidió, en silencio o con presencia. También estuve para ayudarlo a planear sus vacaciones, escuchando sus divagues de opciones, corriendo a comprarle un mapa... Estuve para ayudarlo a conseguir los reales, con el remis, con el hostel. Y cuando me contó de su entrevista, del psicotécnico al que le temía, —a pesar de ser psicólogo— y de su ansiedad ante los análisis preocupacionales, hace ya más de un mes. Y me quedo con el recuerdo de nuestro trabajo sobre los ríos patagónicos, que tanto nos enriqueció. Me quedo y él se va, contento, sin registrar nada de todo con lo que yo me quedo y todo con lo que él se va...
Me quedo y él se va, contento. Siempre están contentos los que se van. Pero yo me quedo. Casi con lo puesto, casi. Me quedo con nuestros comienzos de caminatas hasta el colectivo, o el subte. Con nuestras miradas cómplices y sus retos porque tomo agua mineral y debería tomar del dispenser. Con sus paranoias. Con sus frases divertidas en el silencio sepulcral de la oficina. Me quedo con su: “llegó la alegría” que me escribía todas las mañanas. Con nuestro primer y único almuerzo, porque después no quiso más por miedo a que nos descubrieran. Con nuestros más de cincuenta mails por día, con nuestras pelis aburridas y todo el helado que nos tomábamos en diez minutos: "Dulce de leche con almendras o nueces, banana split, frambuesa, melón..." —dijo. Con las ricas pastas que me cocinó en su casa aquella noche. Con sus extrañas tartas, llenas de lentejas con arroz, brotes de soja, maicena, dieciocho claras de huevo y cosas insólitas, bastante como para un: ¡puaj qué asco! Me quedo con algunas visitas fugaces y miles de malos entendidos que después nos causaban gracia. Con aquel primer llamado que se cortó, y yo sin crédito, buscando dónde cargar el celular a las doce de la noche. Con la visita inesperada con aquel chocolate difícil de conseguir y con el que me sorprendió esa noche. Con las monedas que siempre me cambió, con mis tironeos de su bufanda colorida en la boca del subte. Con los bombones Jackeline, ya un clásico entre nosotros… Me quedo con nuestras primeras charlas nocturnas, con su rutina de gimnasio y las visitas a sus viejos. Con su andar de mochila al hombro, su campera negra, su sobretodo gris.
Me quedo porque me quedé cuando entendí me necesitaba, en el peor momento del año, para decirle adiós a su mamá. Y estuve como pude, como me pidió, en silencio o con presencia. También estuve para ayudarlo a planear sus vacaciones, escuchando sus divagues de opciones, corriendo a comprarle un mapa... Estuve para ayudarlo a conseguir los reales, con el remis, con el hostel. Y cuando me contó de su entrevista, del psicotécnico al que le temía, —a pesar de ser psicólogo— y de su ansiedad ante los análisis preocupacionales, hace ya más de un mes. Y me quedo con el recuerdo de nuestro trabajo sobre los ríos patagónicos, que tanto nos enriqueció. Me quedo y él se va, contento, sin registrar nada de todo con lo que yo me quedo y todo con lo que él se va...
viernes, 20 de diciembre de 2013
Haciendo amigos. Sumate.
Esto sucedió un agosto de años atrás. Recuerdo que había quedado en encontrarme en una cita a ciegas. Horrible. El sujeto nunca apareció ni se dignó a avisar que no se apersonaría. Lo odié. Quise estrangularlo con mis propias manos hasta dejarlo azul.
Un mes después me llega este mail:
¡¡¡ Feliz día de la primavera, bonita !!!
Como verás cambié la dirección de email y es porque según los chicos de hotmail la anterior tal vez no la use solamente yo. Esta nueva es como la anterior pero agrega el 1.
Beso
Mi respuesta:
A ver, Ernesto o Eduardo, o Evaristo, o comotellamesquémasda... Cómo explicarte... No pensaba escribirte ni mails, ni cartas, ni pensaba llamarte otra vez. No sé qué pensamiento exótico habrá pasado por tu cabeza primaveral como para considerar que después de haberme dejado plantada en una esquina porque ese día cambió el viento, salió el sol y se te ocurrió mudarte a Jujuy, yo podía querer recibir un estúpido saludo primaveral de tu parte, en lugar de un mail de disculpas por haber decidido ejecutar un plan más interesante que conocerme. Ubicate, Ernesto, ubicate. Vos tenés tantas ganas de conocerme como yo de mudarme a la base Marambio. Ahora haceme el grandísimo favor de eliminar mi mail de tu floripondiosa casilla y de olvidarte de que existo. Dejame vivir.
Ah, cierto. Feliz primavera.
Y bueno a veces no me alcanza con solo hacer “delete”.
Como verás cambié la dirección de email y es porque según los chicos de hotmail la anterior tal vez no la use solamente yo. Esta nueva es como la anterior pero agrega el 1.
Beso
Mi respuesta:
A ver, Ernesto o Eduardo, o Evaristo, o comotellamesquémasda... Cómo explicarte... No pensaba escribirte ni mails, ni cartas, ni pensaba llamarte otra vez. No sé qué pensamiento exótico habrá pasado por tu cabeza primaveral como para considerar que después de haberme dejado plantada en una esquina porque ese día cambió el viento, salió el sol y se te ocurrió mudarte a Jujuy, yo podía querer recibir un estúpido saludo primaveral de tu parte, en lugar de un mail de disculpas por haber decidido ejecutar un plan más interesante que conocerme. Ubicate, Ernesto, ubicate. Vos tenés tantas ganas de conocerme como yo de mudarme a la base Marambio. Ahora haceme el grandísimo favor de eliminar mi mail de tu floripondiosa casilla y de olvidarte de que existo. Dejame vivir.
Ah, cierto. Feliz primavera.
Y bueno a veces no me alcanza con solo hacer “delete”.
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