martes, 28 de noviembre de 2006

Sobre el amor

El amor es una tarea difícil. Compartir nuestras emociones, gustos y pasiones en la vida no resulta algo sencillo a la hora de formar una pareja. ¿Cuántas veces nos preguntamos si amamos de la forma correcta o si hemos encontrado finalmente a nuestra “media naranja”? ¿Quién es el amor de nuestra vida? O mejor dicho, ¿qué es el amor en nuestra vida? ¿No nos habremos equivocado en nuestra elección? Estos planteos y cuestionamientos respecto del amor muchas veces pueden llevarnos a buscarlo desesperadamente, al punto de no sentirnos del todo completos si no logramos desarrollar nuestras capacidades para mantener un amor compuesto de madurez, coraje y conocimiento de nosotros mismos. Entonces debemos sortear otras preguntas: ¿Es cualquier método válido para obtener amor? ¿Hasta qué punto y qué cosas debemos ceder con tal de no quedarnos solos?
No mucho tiempo atrás, nuestros vínculos sociales se establecían únicamente entre integrantes de los círculos dentro de los cuales se desarrollaban nuestras vidas: la escuela, la universidad, el trabajo. Con la aparición de internet, se abre una nueva puerta a este sentimiento tan primario.
Las posibilidades de conocer a otros se han ampliado insospechadamente. Se puede conocer gente de manera casual en un chat, a través de los buscadores de parejas o por medio de los avisos personales gratuitos que abundan en toda la red.
Pero... ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? Según Erich Fromm, el amor es la única respuesta sana y satisfactoria al problema de la existencia humana. Esto nos podría sugerir que es lo único que da sentido a nuestras vidas, que es la única clave del éxito y la plenitud de la existencia, cuando en realidad todos los proyectos personales que podamos llevar adelante y realizar resultan tan enriquecedores como una buena pareja.

Muchas veces representamos al amor con diversos disfraces: las ilusiones, las expectativas, la comprensión, la amistad. Entonces buscamos gente que encaje dentro de nuestras propias exigencias de felicidad, sin darnos cuenta generalmente de que esos disfraces quedan grandes, o son demasiados, o que los malgastamos en algo que no vale la pena.
La pareja no es una unidad sino dos sujetos, cada uno tiene su propio eje y su singularidad. Relacionarse sanamente con el otro debe ser la resultante de una suerte de intercambio, una situación de igualdad. Nadie puede enseñarle al otro cómo proceder o qué hacer en la vida, ni tampoco cómo caminar por ella. Debemos limitarnos a acompañar, a compartir, a escuchar.

El amor es un vínculo en el que cada uno debe poder crecer y desarrollarse con plenitud y libertad, apoyar al otro conservando las propias ideas y proyectos sin que ello implique que dejamos de ser fieles a nosotros mismos.
Cuando recordemos que nadie nos completa, que debemos completarnos por nuestros propios medios, llegaremos a lo que debería ser nuestro ideal: no buscar en el otro lo que llevamos dentro de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar.

martes, 21 de noviembre de 2006

Malos ¿Entedidos?

Uno se equivoca mucho, varias veces, infinitas. Lo malo es que a veces los errores nos persiguen durante años y se esmeran en arruinar lo que por fin, pensábamos iba a salir bien.
No hace tanto, pero tampoco tan-poco, uno de los errores de mi vida en el noventa y nueve por ciento de los aspectos, tenía la habilidad de descubrir las claves de los mails. No sé si recurría a sus habilidades de semi-nerd, a la confianza que la gente le tenía o a su bola de cristal, cuestión que siempre se las ingeniaba para conocer hasta los más íntimos secretos ajenos. Era de esos tipos de los que nunca se piensa mal, con fama de buenazo, que te cuenta que por poco se une a los cascos blancos, que lucha por el desarme mundial y por la decendencia de Copito, pero que en el fondo puede ser más despiadado que el mismísimo Gargamel.
Esos a los que le contarías todos los detalles de tu vida, a los que hasta les confesás que mirabas Bety la fea y que nunca pensás que después todas tus confesiones formarán un licuado de quilombos.
Este tipejo infame, tuvo acceso a mi mail durante un buen tiempo, incluso mucho más del que yo sospechaba. Durante esos meses de ignorancia, en mi camino se cruzó un sujeto interesante, creativo, simpaticón, lindo, con un predicado hermoso, lleno de nexos coordinantes y unos cuantos verbos por conjugar; con un pasado divertido y un futuro pluscuamperfecto, casi tan difícil de encontrar como un verbo defectivo. Y bueno, duró lo que un presente continuo. Nada.
El error de mi pasado interfirió disfrazado de presente dudoso en mi futuro prometedor y a la mierda con los tiempos verbales. Para el sujeto yo ya no tenía nombre, o peor, tenía varios, me hacía llamar de distintas maneras y decía distintas cosas al mismo tiempo. Jugaba a las adivinanzas y confesaba sentimientos inexistentes.
Ajena a los hechos y en mi afán por entender qué estaba pasando, me sorprendía en preguntas y planteos que caían en silencios hartamente recurrentes, o en bobas excusas de jardín de infantes, o, lo que es peor, en golpes muy bajos. Así, el sujeto se volvió tácito y el tiempo guardó mis angustias en el cajón común de las ilusiones perdidas. Claro, era más fácil aferrarse a las excusas, el adiós había quedado servido y en bandeja. Bastante después comprendí lo sucedido. Me disculpé por los malos entendidos, pero sin saber bien porqué lo hacía, pero bueno, una disculpa siempre cae bien y nunca está de más.
¿Qué iba a hacer? ¿Explicar lo inexplicable? ¿Aclarar para que no oscurezca? ¿Confesar que el error fue tan grande que por más que intente esquivarlo me persigue? ¿Que el pasado se me cuela por los poros, me encuentra en las esquinas y me invita a equivocarme otra vez? ¿Que no era yo, sino él? No vale la pena, porque, en el fondo y a lo lejos, el error gramatical, siempre será mío.