martes, 21 de noviembre de 2006

Malos ¿Entedidos?

Uno se equivoca mucho, varias veces, infinitas. Lo malo es que a veces los errores nos persiguen durante años y se esmeran en arruinar lo que por fin, pensábamos iba a salir bien.
No hace tanto, pero tampoco tan-poco, uno de los errores de mi vida en el noventa y nueve por ciento de los aspectos, tenía la habilidad de descubrir las claves de los mails. No sé si recurría a sus habilidades de semi-nerd, a la confianza que la gente le tenía o a su bola de cristal, cuestión que siempre se las ingeniaba para conocer hasta los más íntimos secretos ajenos. Era de esos tipos de los que nunca se piensa mal, con fama de buenazo, que te cuenta que por poco se une a los cascos blancos, que lucha por el desarme mundial y por la decendencia de Copito, pero que en el fondo puede ser más despiadado que el mismísimo Gargamel.
Esos a los que le contarías todos los detalles de tu vida, a los que hasta les confesás que mirabas Bety la fea y que nunca pensás que después todas tus confesiones formarán un licuado de quilombos.
Este tipejo infame, tuvo acceso a mi mail durante un buen tiempo, incluso mucho más del que yo sospechaba. Durante esos meses de ignorancia, en mi camino se cruzó un sujeto interesante, creativo, simpaticón, lindo, con un predicado hermoso, lleno de nexos coordinantes y unos cuantos verbos por conjugar; con un pasado divertido y un futuro pluscuamperfecto, casi tan difícil de encontrar como un verbo defectivo. Y bueno, duró lo que un presente continuo. Nada.
El error de mi pasado interfirió disfrazado de presente dudoso en mi futuro prometedor y a la mierda con los tiempos verbales. Para el sujeto yo ya no tenía nombre, o peor, tenía varios, me hacía llamar de distintas maneras y decía distintas cosas al mismo tiempo. Jugaba a las adivinanzas y confesaba sentimientos inexistentes.
Ajena a los hechos y en mi afán por entender qué estaba pasando, me sorprendía en preguntas y planteos que caían en silencios hartamente recurrentes, o en bobas excusas de jardín de infantes, o, lo que es peor, en golpes muy bajos. Así, el sujeto se volvió tácito y el tiempo guardó mis angustias en el cajón común de las ilusiones perdidas. Claro, era más fácil aferrarse a las excusas, el adiós había quedado servido y en bandeja. Bastante después comprendí lo sucedido. Me disculpé por los malos entendidos, pero sin saber bien porqué lo hacía, pero bueno, una disculpa siempre cae bien y nunca está de más.
¿Qué iba a hacer? ¿Explicar lo inexplicable? ¿Aclarar para que no oscurezca? ¿Confesar que el error fue tan grande que por más que intente esquivarlo me persigue? ¿Que el pasado se me cuela por los poros, me encuentra en las esquinas y me invita a equivocarme otra vez? ¿Que no era yo, sino él? No vale la pena, porque, en el fondo y a lo lejos, el error gramatical, siempre será mío.