martes, 14 de agosto de 2007

J.M. Bis

Tus labios sellados al igual que los míos, abrieron el camino del olvido. Nuestra charla fue informal, amena y agradable, como siempre. Esperé una señal, una luz verde que me permitiera jugar una carta, y con dignidad acepté que nunca llegaría. No obstante, me sorprendí a mí misma transitando emociones diferentes: ya no eras alguien a quien mirar, sino una eminencia a quien admirar. No fue necesario controlar mis impulsos, ya no estaban. No fue necesario manejar los nervios, se habían ido. No fue necesario evadir miradas ni mirarte evadiendo sentimientos. Descubrí, sin embargo, tu sonrisa cómplice y tu memoria atenta a nuestros comienzos; tus palabras ausentes intentando gritar obviedades como parte de un juego casi infantil… A veces la rayuela se borra con la lluvia y hay que volver a dibujarla, lanzar la tiza y comenzar a saltar de nuevo… Atrás quedaron, al menos por ahora, los fervientes deseos de cruzar la línea, de jugar un comodín, de compartir el mismo lado del escritorio.

Siempre, JM, estaré agradecida por tu esmero, tu dedicación, tu calidez y por tus últimas palabras, a las que me aferro por sobre todos mis deseos de mujer, para darle lugar a mis deseos de mamá, que, en definitiva, son los que más me importan: “El estudio está igual que el anterior. La peque está estable. Estoy muy contento con la evaluación clínica, nos vemos en diciembre…”.