martes, 19 de diciembre de 2006

Antonio (*)

Hoy no se cumple ningún aniversario. Hoy no es un día especial. Hoy el calor brota del asfalto y se mete por los poros hasta dejarnos exhaustos con solo caminar. Te fuiste un doce de octubre que el azar señaló en el calendario del año 1992. Y para siempre.
Uno sabe que las despedidas lastiman. Uno sabe que quizás el destino no vuelve a reunirnos.
Recuerdo que llenaste mi vida de colores. Recuerdo tu dulzura, tu gracia, tu manera pausada de hablar. Recuerdo haber compartido mis primeros borradores de vida con tu improvisada experiencia, pero no logro recordar cuándo fue la última vez que nos vimos, ni cuáles fueron nuestras últimas palabras. ¿Qué hubiéramos hecho de haber sabido que aquél sería el último adiós?
Te veo cuando cierro los ojos. Te huelo en las hojas empapadas de palabras desteñidas... A veces me parece escucharte, o verte en el tren, o en un bar. Más que profunda debe ser la ausencia para que la presencia pueda instalarse en los rincones de la casa, empapelar las paredes del olvido y sorprender en las esquinas de la memoria. La ausencia es ese fantasma con la habilidad de transformarse en un manojo de preguntas y de dudas que se esconde adentro y afuera, que se ve estando despierto o dormido.
Ayer, de pronto y sin razón, te pensé; entonces te acercaste en puntas de pie y encendiste una luz. Me susurraste al oído que a pesar de catorce años de ausencia, mis recuerdos son capaces de revivirte cuando la angustia me oprime o la felicidad me ahoga.
¿Qué pasó ese día? ¿Cómo fue? ¿Por qué? Nunca habrá nadie que pueda apagar el fuego de tantas preguntas cargadas de ausencia. Solo sé que un fin de semana viajaste y te fuiste lejos, para nunca más volver...
(*) A la memoria de Antonio M. Ragno, a quien nunca pude agradecerle muchas cosas... (1965-1992)