martes, 10 de julio de 2007

Fantasmas

El fantasma de tus latidos me persigue, me acecha sin tregua y arremete con más furia en el invierno. A veces me susurra al oído por las noches y me obliga a levantarme. Voy a verte, acaricio tus cabellos enredados por el sueño, te beso varias veces y vuelvo a la cama. No puedo dormir. Doy vueltas ahogadas en silencio; me preocupa lo que pueda suceder si vuelvo a conciliar el sueño. Agotada, por fin, me duermo. Y sueño. Sueño que me caigo, que te busco, que corro, que no escucho tu llanto desesperado por encontrarme, que los gritos no brotan de mi garganta entumecida. Abro los ojos y respiro profundo. Sé que no hay vuelta atrás, sé que las secuelas de tus latidos truncos me obligan a ser centinela de tus sueños. A veces tengo miedo, y mucho. A veces desearía no tener que dormir. A veces el fantasma juega a disfrazarse de realidad para encarnarse con ahínco en mi cuerpo distraído, para recordarme que no puedo ni debo mirar a un costado. Llevo el fantasma de tus latidos entre mis dedos, encerrado en mi mente, agazapado en mis pensamientos, acurrucado en mi almohada.
Una vez más el invierno congela el calendario. Una vez más el invierno señala inquietud, intranquilidad, angustia y desesperación. Una vez más, fantasmas y realidades se juntan para debatir quién será el encargado de sentarse a nuestra mesa, para recordarnos que no importa de qué se disfracen, siempre estarán allí.