miércoles, 21 de febrero de 2007

Fifteen days off

Este fin de semana tengo una cita. Una cita con la tranquilidad, la calma, el descanso. Planeo encontrarme con las montañas, el río, las camintas por el bosque, el sonido de los pájaros. Planeo encontrarme conmigo misma, descubrir qué hay más allá de un manojo de obligaciones lleno de rutina y de estrés. Quiero despertarme sabiendo que no soy esclava del tiempo, que los relojes me abandonaron y que puedo simplemente sacar una sillita al pasto y sentarme a contemplar las montañas durante un buen rato, así, sin más.
Quiero redescubrir el vínculo con mi hija, verla crecer sin horarios, escucharla reír, verla correr por los senderos que abandonan lo conocido para adentrarse en el misterio de la sorpresa, de lo que hay más allá. Quiero compartir con ella la emoción y la tranquilidad del descanso.
Quiero saber si soy capaz de escapar del formato estándar y rediseñar una vida llena de pequeñas y grandes emociones, cargada de todo lo que sí tengo y quiero, que no es poco.
Este fin de semana comienzan los quince días más esperados del año. Este fin de semana me voy de vacaciones. Acá.
Nos leemos a la vuelta. Adiós.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Bronquitis

¿Qué pasa con los hombres? ¿Falta comunicación? ¿Sobran ilusiones? ¿Falta interés? ¿Sobra? Tengo bronca, bronca, bronca. Y lo que más bronca me da es tener bronca, porque si bien a veces lo que uno espera del destino es el azar, otras tantas las cartas están marcadas bastante antes de empezar a jugar, y, en el fondo, lo sabemos.
Vayamos a lo concreto. Por ejemplo, si se conoce a un hombre casado en un bar, SABEMOS que difícilmente el destino baraje que el sujeto en cuestión se enamore perdidamente al punto de divorciarse y querer pasar toda una vida con la nueva candidata. Si bien es una posibilidad, es una en un millón, y estaríamos apostando a un fracaso inmediato si esos son nuestros deseos cuando flaqueamos al darle nuestro teléfono. Si conocemos a un hombre casado en un bar, SABEMOS que los encuentros serán meramente para satisfacer los deseos de la carne más que para pasear por las calles tomados de la mano. Perfecto, podemos aceptar lo subliminal y darle para adelante siempre y cuando el tipo cumpla al menos con el requisito de ser parecido a Brad Pitt o a George Clooney.
Pero, pero, pero… Si el tipo que conocemos en el bar está libre de compromisos, nos gusta y le gustamos… Ojo. Primero, tenemos que tener claro qué deseamos conseguir. Si queremos entregarnos a los placeres sexuales, listo, no hay nada que temer. Pero, pero, pero, si buscamos algo más que un par de noches de lujuria, ¿qué hay que hacer para tener una relación mínimamente estable que dure algunos meses y que no se vea amenazada por la incertidumbre constante? Entonces salimos desinteresadamente, nos divertimos, disfrutamos y, en algún momento, pasamos la primera noche con el otro. Entonces comienzan las pequeñas torturas cotidianas cuyo principal protagonista es: “El día después”. El día después cuando el tipo no te interesa es solo eso, un día después de una noche de placer. El día después cuando el tipo te interesa es un manojo de angustias encadenadas. Primero nos preguntamos si nos llamará y cuánto hay que esperar para llamarlo en caso de que no llame, y si no llama ¿para qué llamarlo? Después revisamos nuestro mail quinientas veces por día para ver si hay novedades.
Supongamos que a la semana de la primera cita, las novedades llegan. Estamos contentas, claro, aunque nos preguntamos porqué si hay interés, las novedades se tomaron siete días en aparecer. Minimizamos el hecho, pensamos que el tipo estuvo ocupado, o que no quiere parecer ansioso, o que tuvo que viajar.
La segunda cita. La segunda cita se parece bastante a la primera en cuanto a incertidumbre “post cita” se refiere, está buena porque denota cierto interés ya que es la número dos, pero no está tan buena porque no sabemos si habrá número tres, o, lo que es peor, cuánto tiempo pasará hasta la número tres. Y hete aquí el punto. Si ya existen estas dudas es porque el interés del sujeto en cuestión es igual a cero o es exclusivamente carnal. Difícilmente pueda armarse algo potable si los encuentros son cada diez o quince días.
Yo tengo la teoría de que si hay interés, los encuentros gozan de cierto privilegio por sobre otras actividades y no pueden ser tan espaciados. Si el tipo/chica te interesa, decirle: “hoy no puedo porque tengo que ir al Coto”, no existe ni en el más remoto de nuestros pensamientos. Tampoco las opciones: “Mañana no sé porque quizás voy a cenar a lo de mi mamá” o “Hmmm, no sé porque quizás me junto con los chicos del jardín de infantes que no veo desde 1978, te confirmo” o “Creo que tengo que ir a regar las plantas de la Laguna de Chascomús”. Listo. Nada más por decir. No hay interés. En mi humilde opinión, existe interés si:
  1. Tenés ganas de salir con el otro.
  2. No esperás diez días para llamar.
  3. Te arreglás, te afeitás o depilás.
  4. Te esmerás en hacer que el otro se sienta bien.
  5. Te ponés nervioso antes de los encuentros.
No sé, quizás me equivoco, quizás soy muy anticuada, quizás lo que pretendo de una relación mínimamente estable no exista. Y acá estoy, embarcada en un manojo de incertidumbres que no me banco y al que no sé porqué me subí. Claramente, nuestros objetivos o necesidades son diferentes. Y lo que más bronca me da es confirmar que tenía razón, que yo sabía, que era mejor buscar otro mazo antes que apostar a que éste baraje distinto.

martes, 6 de febrero de 2007

Formato estándar

Estoy estresada, bastante. Lo curioso es que mi estrés solo se relaciona en forma directa con los quilombos. Nunca me toca, por ejemplo, un estrés por actuar en una nueva obra de teatro, o por mudarme a una casa de ocho hectáreas, o por sacarme la lotería y no saber qué hacer con el dinero, o porque se presentó un desafío en el trabajo. No. A lo máximo que puedo aspirar cuando no estoy estresada es a que mi universo esté quieto y tranquilo, a que nada se mueva, a que todo siga en su lugar casi sin pestañear; a estar, simplemente “estándar”. Entonces cuando llevo días y días cagada de embole por la rutina, sabiendo que me levanto a las 6.30, me baño, reniego con mi hija porque no se quiere levantar, la dejo llorando en el jardín, viajo en subte angustiada porque la dejé llorando, vengo a la oficina, viajo en subte como sardina para volver a casa a ver a la gorda, jugamos, la baño, reniego porque no se quiere ir a dormir, miro un poco de tele y… ¡Listo!, ya está, puedo darme por satisfecha y quedarme tranquila, porque ningún astro se movió de lugar y mi vida está, simplemente, “estándar”. No obstante, con el tiempo aprendí las bondades de este formato, que no son pocas. Cuando nos estandarizamos por un tiempo, sabemos qué es lo que va a suceder, al menos, en los próximos minutos, entonces podemos prepararnos de otra manera o sencillamente no necesitamos preparación alguna porque nada diferente o desconocido va a suceder. Nuestro formato estándar nos permite tener una cierta adivinación del futuro cercano. Y, aunque no parezca, logramos algo muy difícil de conciliar: el equilibrio, la cierta quietud interna que no nos hace felices pero tampoco nos tortura con angustias recurrentes sino que nos deja cierta paz que no siempre sabemos apreciar. Así podemos pasar una buena parte de nuestro tiempo hasta que, por supuesto, algo pasa y todo cambia. A veces tenemos suerte y pasamos de estar estándar a estar “bien”, a que se presenten pequeñas alegrías o sorpresas o ínfimas felicidades difíciles de fotografiar y congelar en el tiempo; pero en la mayoría de los casos, pasamos del formato estándar a “quilombo/s en puerta” y de los grandes. Cuando los quilombos aparecen, no son pavaditas o cosas simples de resolver, son quilombos de los buenos: o te enterás de que tu marido te engaña, o le saltan las fichas a la señora que cuida a tu hija y no quiere trabajar más, o te quedás sin laburo, o explotan todos los caños de tu casa, o se enferma un familiar, o te roban, etc. Entonces el universo colapsa. Te levantás y te acostás pensando qué vas a hacer para resolver la situación; si vas a matar a tu marido, a la amante o a los dos, si vas a hacer abandono de hogar, si tenés que cambiar de psicólogo, si te conviene renunciar al trabajo… Te estresás y entonces, solo entonces, te das cuenta de las bondades del formato “estándar”. Por eso, cuando no estén ni bien ni mal, sino estándar, no piensen que la vida es aburrida, sino que fueron capaces de encontrar, al menos por un momento, un añorado equilibrio.