lunes, 8 de diciembre de 2014

Mi guitarra y tu fogón

Te fuiste aquella noche, añorando tus recuerdos de lágrimas secas por el viento de un invierno gris. Cómo cambian las cosas en tu mundo de crucigramas y recovecos disimulados por un alma vencida por la melancolía. Te jugaste por alguien que no conocías y eso no es algo para dejar pasar. Lo tomé. Confundí palabras. Me acerqué al alma solitaria que fabriqué  y me perdí en un mundo de realidades difusas y versiones diferentes difíciles de creer. Bastaba con decirme las cosas como eran… Pero quién sabe cómo son las cosas cuando se presenta lo inesperado que nos permite apartarnos al menos un instante de la rutina que nos sostiene.  “Dame tiempo”, me dijiste una vez. Las ganas no entienden de tiempos, pensé.

Leo tu caravana de sentimientos, sorprendida, para cruzar mis canciones con las tuyas en donde el viento se hace música con la guitarra de tu fogón.  El LA 440 se pierde entre  las notas hechas ceniza  sobre  mis pies descalzos. Aparece la gaviota que nunca más volvió, enredada en acordes torpes de silencios insoportablemente amargos. Lo cierto es que esta copla corta  dejará que muera en mí el deseo  de entrelazar mi voz con tu voz, y logrará que la ausencia se instale en cada nota jamás compartida.


Y permanecerá el espacio mientras el tiempo se borrará para siempre. Se cerrará el cancionero y teñirá de sombras la madrugada que fusilará el recuerdo inexorablemente, para cantarte al oído que tuve que irme por calles sin callejones, por laberintos olvidados de compases sin terminar, que, suspendidos en tu voz ausente, algún día también dirán: otra vez será.