martes, 22 de mayo de 2007

"No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda”. Woody Allen.

Cuando pasa esto, o esto o esto otro, me da un dolor muy fuerte en el pecho, mi vida pasa como relámpago por mi mente y llego a la simple y patética reflexión de que “cuando te tiene que pasar, te pasa”…

La muerte nos acecha de cerca. Se acuesta en nuestra cama y despierta en la de otros, o no. Nos acompaña. Nos espera en cada esquina. Nos persigue. Es certera y precisa, injusta, inmanejable y exacta. Es la inevitable desesperanza y la forzada aceptación de la ausencia. La incertidumbre sobre el después.
De lejos, a veces, nos señala. De lejos, a veces, sigue de largo. No sabemos si espera agazapada para darnos solo un susto o para invitarnos a soñar con ella.
Destructora de sueños e ilusiones, su presencia nos llena de profundo dolor. Penetra en el deseo de los desamparados para invitarlos a cometer el peor de los crímenes: dejarse llevar en su nombre. No importa cuánto nos aferremos a todo lo maravilloso de la vida, al árbol firme y dispuesto a pesar de las tormentas, Ella siempre estará allí, cubriendo de negro almas perdidas, inocentes, sabias. Muerte: realidad que se impone irreversiblemente para escabullirse en medio de la desolación, para tomarnos por sorpresa y dejarnos sin aliento, sin más por hacer.
Y hoy, así porque sí, agradezco que la muerte siga haciéndose la distraída, dándome la oportunidad de seguir adelante...