lunes, 17 de marzo de 2008

Mentiras verdaderas

Mas que conocida es la frase: “A las mujeres les gusta que les mientan” y más que trillada también aquella otra: “Mentime que me gusta”. Yo sostengo la teoría de que, en realidad, no es que pidamos a gritos que nos mientan, sino que nos digan una verdad un poco decorada, o, mejor dicho, una verdad que no nos lastime. En mi opinión, que nos digan: “Ese sweater azul te queda horrible”, no aporta nada más que una agresión innecesaria, esa misma idea puede decirse con cariño, o con más tacto, y puede provocar el efecto deseado sin necesidad de herir al otro. Yo prefiero la frase: “Me parece que el rojo te queda mejor, ese sweater no me gusta demasiado”. Y en este ejemplo tonto y sencillo pretendo encontrar la diferencia entre actuar con bondad y con maldad. Llevado a un plano más morboso, decirle, por ejemplo, a un tuerto: “Vos para que opinás si ves por la mitad” o desafiar a un tartamudo a que diga un trabalenguas, no solamente es algo violento sino que es una maldad. No hay nada más vil, cruel, agresivo y violento que jugar con las debilidades ajenas, ni nadie más consciente de sus debilidades que la persona que las sufre.
Sostengo que hay cosas que nunca deben decirse, nunca, nunca, jamás. Por más que estemos llenos de ira o de dolor, hay cosas que debemos callar, siempre. Y esas cosas que debemos callar son las que sabemos que van a restar en la vida de alguien, que no aportan nada bueno y que solo sirven para satisfacer una necesidad interna de poder frente al otro. Y hablo del poder de lastimar.
Hoy me lastimaron, a mi entender, innecesariamente. Hoy me dijeron que haberme perdido había sido algo bueno y positivo. Que dejar de hablarme, una muy buena decisión. La misma persona que un mes atrás en un restaurante me había dicho que no quería perderme, que yo era muy importante en su vida, que le gustaba hablar conmigo y que me quería, no tuvo ningún reparo en decirme, en un tono frío y calculador, lo fácil que le había resultado olvidarse de mí. La misma persona con la que hablé de las vivencias más íntimas durante muchos meses, con la que compartí sentimientos auténticos, por la que sentí millones de cosas que no sentía desde hacía mucho tiempo por nadie, la persona en la que confié me lastimó gratuitamente; esa misma persona que se despidió diciéndome que huía del amor. Y duele. Duele cómo manejó las cosas, cómo manejó su presencia y su ausencia durante siete meses, cómo me mintió, cómo me engañó en su mar de supuestas dudas. Duele porque él no ganó nada y yo perdí la ilusión de sentir que había sido importante en su vida. Duele porque mientras yo le escribía y él me adulaba, en realidad me estaba tomando el pelo. Duele porque experimentó conmigo, jugó a ser seductor, a ver si todavía era capaz de conquistar, a tirar del hilo hasta ver a dónde llegaba. Ese hombre no conoce la diferencia entre lo bueno y lo malo, la calcula y juega con esos números, la estudia, la analiza. Ese hombre se disfraza de amable para arremeter con desidia en el peor momento. Ese hombre me robó. Ese hombre me estafó. Ese hombre no solamente me lastimó, sino que me robó siete meses de ilusiones, que a él le darán lo mismo, pero para mí, fueron más que importantes.