viernes, 22 de diciembre de 2006

Shinguelbels - Shinguelbels

Quería compartir con ustedes algunas frasecitas típicas de las fiestas. Aprovecho para hacer extensivos los siguientes deseos: coman hasta hartarse, tomen, duerman, descansen. ¡Que lo pasen lindoooooooooo!
1 - Si enchufo el arbolito, tengo que desenchufar el coso de los mosquitos.
2 - Sacales una foto con las abuelas, así después nos queda.
3 - Les dije que no trajeran nada. Mirá que son...
4 - Meté adentro el perro que con los cuetes se asusta y si se se raja me muero.
5 - Y esto es por Navidad, Reyes y el cumpleaños. A ver si se dejan de pedir.
6 - No está pero ya viene. Salio a ver si consigue rolitos.
7 - Yo estoy que reviento; diciembre me mata. Entre las despedidas y esto no puedo más.
8 - Lo único que espero es que no llueva. Si no, no sé dónde los meto.
9 - Mejor el 24 solo. Con este calor no se puede los dos días.
10 - No dejen la heladera abierta que no tiene fuerza.
11 - Vengan a la tarde y abrimos una cervecita.
12 - Pero si saben que explotan, ¿Quién las metió en el freezer?
13 - El 24 en lo de mi mamá y el 31 con mi suegra.
14 - Se acabó. Ahora porque, bueno... pero en enero no como más.
15 - No te preocupes, el mantel no importa. No es nada... Alegría... Alegría.
16 - No gracias, el clericó a mí me hincha. Cortame del turrón con chocolate.
17 - Miren que el turrón levanta la presión. No vaya a ser que tengamos que salir corriendo justo hoy.
18 - Coman de ésta que la hice yo.
19 - Te armo un paquetito y te lo llevás, total sobró de todo.
20 - Si lo iban a romper así, lo hacía sin pasas de uva.
21 - A mí el arrollado me cae pesado; mejor pasame el lechón.
22 - Esto te revienta. Allá lo comen porque es invierno.
23 - Ponele una cuchara que se le va el gas. Esa no, una limpia. Como si no tuviese...
24 - Hoy no salís. Están todos los locos sueltos y yo me quedo con el corazón en la boca.
25 - Terminenlá; de política no hablemos que siempre terminamos igual.
26 - Bueno, no discutan que es Nochebuena.
27 - ¿Te sentis bien? Tirate un ratito a ver si se te pasa.
28 - Dejalo; cuando se queme un ojo ya va a venir llorando.
29 - Che, a ver si nos juntamos mas seguido.
30 - El año que viene no vamos. ¿Para qué? ¿Para verle la cara a mi cuñada?
31 - Llamá al 113 a ver si son...

martes, 19 de diciembre de 2006

Antonio (*)

Hoy no se cumple ningún aniversario. Hoy no es un día especial. Hoy el calor brota del asfalto y se mete por los poros hasta dejarnos exhaustos con solo caminar. Te fuiste un doce de octubre que el azar señaló en el calendario del año 1992. Y para siempre.
Uno sabe que las despedidas lastiman. Uno sabe que quizás el destino no vuelve a reunirnos.
Recuerdo que llenaste mi vida de colores. Recuerdo tu dulzura, tu gracia, tu manera pausada de hablar. Recuerdo haber compartido mis primeros borradores de vida con tu improvisada experiencia, pero no logro recordar cuándo fue la última vez que nos vimos, ni cuáles fueron nuestras últimas palabras. ¿Qué hubiéramos hecho de haber sabido que aquél sería el último adiós?
Te veo cuando cierro los ojos. Te huelo en las hojas empapadas de palabras desteñidas... A veces me parece escucharte, o verte en el tren, o en un bar. Más que profunda debe ser la ausencia para que la presencia pueda instalarse en los rincones de la casa, empapelar las paredes del olvido y sorprender en las esquinas de la memoria. La ausencia es ese fantasma con la habilidad de transformarse en un manojo de preguntas y de dudas que se esconde adentro y afuera, que se ve estando despierto o dormido.
Ayer, de pronto y sin razón, te pensé; entonces te acercaste en puntas de pie y encendiste una luz. Me susurraste al oído que a pesar de catorce años de ausencia, mis recuerdos son capaces de revivirte cuando la angustia me oprime o la felicidad me ahoga.
¿Qué pasó ese día? ¿Cómo fue? ¿Por qué? Nunca habrá nadie que pueda apagar el fuego de tantas preguntas cargadas de ausencia. Solo sé que un fin de semana viajaste y te fuiste lejos, para nunca más volver...
(*) A la memoria de Antonio M. Ragno, a quien nunca pude agradecerle muchas cosas... (1965-1992)

lunes, 4 de diciembre de 2006

Mi vecino el asesino

Todos tenemos un vecino hincha pelotas. Todos. Claro que hay distintos grados de hincha pelotez, tenés desde los que viven a los gritos, dan portazos, bailan malambos en el living a las tres de la mañana, hasta los que estrenan batería los domingos lluviosos de siestita o le enseñan al perro a hacer sus necesidades en tu casa. Un capítulo aparte merecen los que te "enchufan" al crío durante horas bajo el lema: "te lo dejo un ratito, hago unas compritas y lo busco". Y por poco el pibe se queda con vos hasta Pascuas.
Pero bueno, en este caso, no voy a referirme a ninguno de ellos, sino a los menamoréconsolovertepasar. Uf. Dios. Los peores, porque meten miedo.
Al principio no los ves, o peor, los ves pero nunca te acordás bien dónde viste esa cara antes, si es el profe de natación de la nena, si es el pibe del delivery, si es el reemplazo del encargado o si, efectivamente, vive tan solo a dos puertas de la tuya. Después empiezan los cruces casuales en el ascensor, el sótano, la puerta de entrada, el super, y que, por supuesto, con el tiempo descubrís que de azarosos no tenían nada.
No hace tanto, uno de estos simpaticones apareció en mi vida. Al principio me hizo sentir bien, traía regalos, cargaba las bolsas del supermercado, jugaba con mi hija, ofrecía ayuda incondicional en todo momento... Fue así que tuve la mala idea de aceptar su invitación a comer una pizza al bar de la esquina. Diossssss, mi solo consentimiento alcanzó y sobró (de hecho todavía estoy padeciendo las consecuencias) como para empezar a recibir llamados a toda hora, mensajes infinitos al celular con diversas invitaciones y románticos comentarios tales como: ¡Qué linda luna hoy!, y demás.
Lo peor es que está metido en casa, que no necesita permiso alguno para sortear la puerta de entrada y pegarse al timbre de tu departamento durante horas sin ningún pudor o recaudo. Entonces terminás apagando todas las luces (no sea cosa que vislumbre un velador encendido y para él eso sea sinónimo de te invito a pasar) e implementás el código de señas con toda tu familia (para que no escuche ningún sonido tampoco), usás auriculares para ver la tele y suplicás que no esté en la puerta a la hora que llegás de trabajar, para lo que te inventás ochocientos planes que te hagan cambiar los horarios de llegada.Y ya estoy al borde de un ataque de nervios.

Evidentemente o hay algo que no entendí, o tengo muchos problemas con los vecinos...

martes, 28 de noviembre de 2006

Sobre el amor

El amor es una tarea difícil. Compartir nuestras emociones, gustos y pasiones en la vida no resulta algo sencillo a la hora de formar una pareja. ¿Cuántas veces nos preguntamos si amamos de la forma correcta o si hemos encontrado finalmente a nuestra “media naranja”? ¿Quién es el amor de nuestra vida? O mejor dicho, ¿qué es el amor en nuestra vida? ¿No nos habremos equivocado en nuestra elección? Estos planteos y cuestionamientos respecto del amor muchas veces pueden llevarnos a buscarlo desesperadamente, al punto de no sentirnos del todo completos si no logramos desarrollar nuestras capacidades para mantener un amor compuesto de madurez, coraje y conocimiento de nosotros mismos. Entonces debemos sortear otras preguntas: ¿Es cualquier método válido para obtener amor? ¿Hasta qué punto y qué cosas debemos ceder con tal de no quedarnos solos?
No mucho tiempo atrás, nuestros vínculos sociales se establecían únicamente entre integrantes de los círculos dentro de los cuales se desarrollaban nuestras vidas: la escuela, la universidad, el trabajo. Con la aparición de internet, se abre una nueva puerta a este sentimiento tan primario.
Las posibilidades de conocer a otros se han ampliado insospechadamente. Se puede conocer gente de manera casual en un chat, a través de los buscadores de parejas o por medio de los avisos personales gratuitos que abundan en toda la red.
Pero... ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? Según Erich Fromm, el amor es la única respuesta sana y satisfactoria al problema de la existencia humana. Esto nos podría sugerir que es lo único que da sentido a nuestras vidas, que es la única clave del éxito y la plenitud de la existencia, cuando en realidad todos los proyectos personales que podamos llevar adelante y realizar resultan tan enriquecedores como una buena pareja.

Muchas veces representamos al amor con diversos disfraces: las ilusiones, las expectativas, la comprensión, la amistad. Entonces buscamos gente que encaje dentro de nuestras propias exigencias de felicidad, sin darnos cuenta generalmente de que esos disfraces quedan grandes, o son demasiados, o que los malgastamos en algo que no vale la pena.
La pareja no es una unidad sino dos sujetos, cada uno tiene su propio eje y su singularidad. Relacionarse sanamente con el otro debe ser la resultante de una suerte de intercambio, una situación de igualdad. Nadie puede enseñarle al otro cómo proceder o qué hacer en la vida, ni tampoco cómo caminar por ella. Debemos limitarnos a acompañar, a compartir, a escuchar.

El amor es un vínculo en el que cada uno debe poder crecer y desarrollarse con plenitud y libertad, apoyar al otro conservando las propias ideas y proyectos sin que ello implique que dejamos de ser fieles a nosotros mismos.
Cuando recordemos que nadie nos completa, que debemos completarnos por nuestros propios medios, llegaremos a lo que debería ser nuestro ideal: no buscar en el otro lo que llevamos dentro de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar.

martes, 21 de noviembre de 2006

Malos ¿Entedidos?

Uno se equivoca mucho, varias veces, infinitas. Lo malo es que a veces los errores nos persiguen durante años y se esmeran en arruinar lo que por fin, pensábamos iba a salir bien.
No hace tanto, pero tampoco tan-poco, uno de los errores de mi vida en el noventa y nueve por ciento de los aspectos, tenía la habilidad de descubrir las claves de los mails. No sé si recurría a sus habilidades de semi-nerd, a la confianza que la gente le tenía o a su bola de cristal, cuestión que siempre se las ingeniaba para conocer hasta los más íntimos secretos ajenos. Era de esos tipos de los que nunca se piensa mal, con fama de buenazo, que te cuenta que por poco se une a los cascos blancos, que lucha por el desarme mundial y por la decendencia de Copito, pero que en el fondo puede ser más despiadado que el mismísimo Gargamel.
Esos a los que le contarías todos los detalles de tu vida, a los que hasta les confesás que mirabas Bety la fea y que nunca pensás que después todas tus confesiones formarán un licuado de quilombos.
Este tipejo infame, tuvo acceso a mi mail durante un buen tiempo, incluso mucho más del que yo sospechaba. Durante esos meses de ignorancia, en mi camino se cruzó un sujeto interesante, creativo, simpaticón, lindo, con un predicado hermoso, lleno de nexos coordinantes y unos cuantos verbos por conjugar; con un pasado divertido y un futuro pluscuamperfecto, casi tan difícil de encontrar como un verbo defectivo. Y bueno, duró lo que un presente continuo. Nada.
El error de mi pasado interfirió disfrazado de presente dudoso en mi futuro prometedor y a la mierda con los tiempos verbales. Para el sujeto yo ya no tenía nombre, o peor, tenía varios, me hacía llamar de distintas maneras y decía distintas cosas al mismo tiempo. Jugaba a las adivinanzas y confesaba sentimientos inexistentes.
Ajena a los hechos y en mi afán por entender qué estaba pasando, me sorprendía en preguntas y planteos que caían en silencios hartamente recurrentes, o en bobas excusas de jardín de infantes, o, lo que es peor, en golpes muy bajos. Así, el sujeto se volvió tácito y el tiempo guardó mis angustias en el cajón común de las ilusiones perdidas. Claro, era más fácil aferrarse a las excusas, el adiós había quedado servido y en bandeja. Bastante después comprendí lo sucedido. Me disculpé por los malos entendidos, pero sin saber bien porqué lo hacía, pero bueno, una disculpa siempre cae bien y nunca está de más.
¿Qué iba a hacer? ¿Explicar lo inexplicable? ¿Aclarar para que no oscurezca? ¿Confesar que el error fue tan grande que por más que intente esquivarlo me persigue? ¿Que el pasado se me cuela por los poros, me encuentra en las esquinas y me invita a equivocarme otra vez? ¿Que no era yo, sino él? No vale la pena, porque, en el fondo y a lo lejos, el error gramatical, siempre será mío.




viernes, 20 de octubre de 2006

Buenos vecinos

SEÑOR VECINO DE “ARRIBA”

Por favor, antes de golpear las puertas de los armarios, investigar si las sillas son capaces de rayar su piso, dejar caer objetos para corroborar la ley de gravedad, tirar basura por el balcón, probar la resistencia de los tacos aguja, dar golpes en el piso, martillar, agujerear paredes a las tres de la tarde los domingos, entrenar para la “Maratón Adidas” en el Living, dejar que sus hijos prueben los patines en plena siesta o adiestrar a su perro para que busque los huesos en el parquet, RECUERDE QUE…

LOS VECINOS DE “ABAJO”

Escuchamos absolutamente TODO, si leyó bien, TODO. Sabemos y conocemos los más mínimos detalles; y no porque nos guste estar pendientes de las habilidades ajenas, sino porque por más que lo intentemos, somos víctimas silenciosas de los antojos deliberados de los vecinos de “arriba”. Ya no se respetan ni los horarios básicos de descanso. Ninguno de nosotros sabe a qué hora debe levantarse el pobre infeliz que duerme en el piso de abajo, bajo nuestros ruidosos hábitos, o si está enfermo, o si tiene un bebé recién nacido y logra conciliar el sueño tan solo durante breves momentos del día. O simplemente si un domingo quiere dormir hasta las seis de la tarde porque tiene ganas. Pareciera que “las buenas costumbres” las dejamos para los libros y que son cosa de “los otros”. Nos horrorizamos con la violencia cotidiana de los diarios pero olvidamos que somos generadores activos de pequeñas violencias. Cerramos las puertas de un solo golpe, gritamos, bailamos un malambo en la habitación a las dos de la mañana, regamos las plantas como si nuestro balcón fuera un parque de siete hectáreas que necesita doscientos litros de agua y no nos damos cuenta (o si) de que dos pisos más abajo el incrédulo vecino de “abajo” acaba de colgar la ropa. Arrojamos basura por el balcón o permitimos que nuestro perro haga pis afuera y se chorree, sin importarnos, una vez más, que justo el “desubicado” bebé de abajo esté jugando afuera. Adrede o no, nuestras pequeñas miserias humanas hacen de la convivencia un lugar común realmente denigrante. Esmerémonos por mejorar, y si no podemos mejorar nuestros malos hábitos, intentemos, al menos, no hacer de ellos una carga para los demás.

Firmado: “LOS VECINOS DE ABAJO”.

viernes, 12 de mayo de 2006

¿Subimos?

Voy a contarles una breve historia, para que después el tiempo no se aferre a su extraño deseo de deformar los hechos y dejarlos al libre albedrío de la memoria individual…
Sucedió en abril o mayo del 2006, ya casi no recuerdo bien cuándo, pero finalmente combinamos para encontrarnos por primera vez. Armé la mochila como pude, un poco de calma, kilos de curiosidad, varias bolsas de optimismo y destreza, una pizca de incertidumbre y una caja llena de expectativas. Duró poco. Un grupo de vejetes aferrados a un ideal de juventud con la fuerza equivalente a cien Cris Morena, avanzó sobre nuestro encuentro y terminó por posponerlo indefinidamente. Y aún cuando todo el mundo vio que luego de eso yo continuaba con mi vida normalmente, en mi interior se cocinaba un caldo espeso de dudas y curiosidad que me obligó a perseverar. Ya no podía distingu
ir entre el capricho, la bronca del desplante ante tamaña organización, la curiosidad deportiva, la obstinación o el mero hecho del placer que implica la revancha. También me asaltaban las preguntas tontas de citadina ingenua, tales como qué hace un escalador que necesita anteojos y es alérgico a las lentes de contacto, qué pasa cuando te pica la espalda en la mitad de la escalada, cómo manejarse con los calambres y cómo sobrevivir sin reloj despertador.
El tiempo pasó y mi increpante necesidad de respuestas fue aplacada por la rutina diaria del olvido, la desilusión y el desencanto.

De pronto una deuda pareció intentar saldarse. Corrí al espejo, vi mis pocas horas de sueño y desistí. Con lo poco que había dormido, difícilmente sería capaz de colocar mis pies sobre la crealina incrustada en las laderas de montaña artificial. Pero la curiosidad me corría por las venas y me doblegué ante ella.
Corrí, tomé subte, taxi, caminé. Cuando entré, la lúgubre luz y la música heavy me hicieron sentir sapo de otro pozo. Apenas había podido pasar por casa a buscar un pantalón cómodo, mucho menos había podido sacarme el maquillaje y ponerme un poco más acorde al entorno. Intenté disimular. El pánico al ridículo me llegó hasta la punta del zapato. Me excusé tontamente invocando a la espera como aliada incondicional, excusa que duró breves minutos, tan breves que no me dieron tiempo a pensar en otra.

Recuerdo sensaciones muy placenteras, fuerza, seguridad, confianza, risas, diversión. Me permití algunas licencias, como sentirme entre amigos de años, tan lejanos y cercanos al mismo tiempo como la cima de la montaña más alta, que siempre parece estar al alcance de la mano pero se alza a miles de metros de altura.
Me hubiera encantado congelar ese instante con una polaroid, y mirar la foto en los momentos en los que la rutina me inunda y parece una prisión de horas interminables.

De pronto sentí que tenía que irme. Quizás me presionó un poco la inquietud de no saber bien qué hacer, de no conocer los códigos correctos que indican que ya es la hora de irse a casa.
Por eso, intento dibujar con palabras un momento especial, que al describir no puedo terminar de llenar. Experimenté distintas sensaciones y me enfrenté con algunas limitaciones y miedos que quizás salieron a la luz dejándome en evidencia, pero, sin dudas, valió la pena.
Ojalá la vida me de permiso para otra licencia similar, para intentar encontrar el equilibrio entre lo cotidiano y los lugares increíbles en donde a cierta hora, brujas, duendes y gnomos se confunden con la realidad.