miércoles, 3 de enero de 2007

Los zapatitos me aprietan

Cuando yo era chica, comprar zapatos equivalía más o menos a ir de compras a una joyería. El empleado en cuestión estaba siempre prolijamente vestido y , en general, siempre tenía palabras atentas y dispuestas a elogiar hasta el más asqueroso callo. Recuerdo, por ejemplo, que pedía que uno se descalzara el pie derecho (no sé por qué, pero siempre era el derecho), sacaba de la caja los zapatos prolijamente guardados en papel manteca y, con un calzador, procedía a ayudarnos a colocar el zapato nuevo. Después nos pedía que nos levantáramos y tocaba la punta de nuestros dedos, entonces caminábamos frente al espejo para ver cómo sentíamos el calzado y se esmeraba en preguntarnos si nos gustaba o si queríamos ver algún otro modelo.
Hoy las cosas cambiaron un poco. Hoy, por empezar, las vidrieras exponen cuatrocientos modelos diferentes, unos al lado de los otros y con los precios en cartelitos fácilmente movibles que pasean por la vidriera según el modelo que sea señalado por el cliente. Entonces, cuando le decís al vendedor cuál querés probarte, súbitamente descubrís que el modelo que te gusta acaba de aumentar un cincuenta por ciento. Otra cosa que suele suceder es que al entrar al negocio sos en realidad como un poster móvil que molesta y que todo el mundo esquiva. El empleado que no está de gran charla con el otro, se está mirando al espejo, o se está sacando los mocos, o está en el sótano tomando fresco. Una vez que lográs que interrumpan su conversación y te den un poco de bolilla, descubren que el zapato que querés lo tenés ahí nomás, en exhibición en la alfombra; entonces te lo tiran y te dicen: "probateló", mientras ellos siguen ensimismados en sus complicadas tareas. Para ese entonces descubrís que te habías descalzado el pie derecho y que el que te tenés que probar es el izquierdo, porque es el que estaba ahí a mano, lleno de tierra, viste. Y claro, no te entra. Uf. Agarrate. Nuevamente tenés que interrumpir la charla para pedirle al vendedor que, por favor, te traiga un número más. Entonces, de mala gana conseguís que el pibe baje al sótano e interrumpa al que estaba tomando fresco para pedirle que le pase el número treinta y ocho en negro, del modelo guillermina. Después de esperar quince minutos más, sube con la esperada caja, pero al grito de: "Ese modelito no me quedó más, puedo ofrecerte este de tiritas, en rojo carmesí charol y en número cuarenta y cuatro, pero probateló, probateló". Y a pesar de ver tu pie izquierdo al desnudo, te da el zapato derecho.
No sé, antes no era así. Antes el empleado de la zapatería era un sujeto agradable y sonriente. Ahora pareciera que se impuso la moda del autoservicio, del "arreglate solo y tratá de molestar lo menos posible", pasá, servite y después hacé la cola para pagar. Y, por favor, no pidas que lo envuelvan para regalo.