miércoles, 21 de marzo de 2012

Oliverio Girondo

Pido por mis días: que dejen de resbalar con impermeabilidad hipopotomática. Pido por mis tardes: que se momifican apenas las rozo. Pido por mis noches: de funeraria solemnidad. Que la memoria no se me llene de herrumbre, de olores descompuestos ni de palabras rotas. Que vuelva a encontrar arte en una piedra; que los gusanos me saluden, las vacas me recuerden y guarde silencio para tomar el pulso a todo lo que existe mientras alguien me dice, con una voz de roble, lo que desde hace siglos espero en vano. Que al abrir la ventana de par en par, tu sombra se crucifique con la mía desde un cuarto piso. Que se corten las amarras lógicas y la única posibilidad de aventura sea esta manifestación maravillosa y modesta del absurdo que es lo cotidiano. Que ningún éxito eventual sea capaz de convencerme de mi propia mediocridad. Que no tenga la dosis suficiente de estupidez como para ser admirada. Que viva sin aspirar a ser lo que auténticamente debo ser. El hartazgo de lo que realmente soy me está matando; me muero de cansancio a los replanteos y recontradicciones, por tanta estanca remetáfora de la náusea. Por la revirgísima inocencia, por los instintitos perversitos y las ideítas reputitas, por las ideonas reputonas; por los reflujos y resacas de las resecas circunstancias. (...) Anhelo el tiempo en el que fuiste y yo no era. Enseñame lo que olvidé; lo que hace tanto supe.










"Hoy vuelvo a morir, como cada día desde que la vida me arrancó las ganas de ser, de crear; desde que hay gente que se deleita con el dolor ajeno, lo disfruta, y se encarga de hacer de la vida un mundo injusto. Un día como hoy, cuarenta años atrás, nacía un ser que no estaba preparado para hacer pie en un mundo de abandonos, en donde los que supuestamente deben amarte, te dejan solo... así... sin más...


Hoy es mi cumpleaños".


Beya.