martes, 6 de febrero de 2007

Formato estándar

Estoy estresada, bastante. Lo curioso es que mi estrés solo se relaciona en forma directa con los quilombos. Nunca me toca, por ejemplo, un estrés por actuar en una nueva obra de teatro, o por mudarme a una casa de ocho hectáreas, o por sacarme la lotería y no saber qué hacer con el dinero, o porque se presentó un desafío en el trabajo. No. A lo máximo que puedo aspirar cuando no estoy estresada es a que mi universo esté quieto y tranquilo, a que nada se mueva, a que todo siga en su lugar casi sin pestañear; a estar, simplemente “estándar”. Entonces cuando llevo días y días cagada de embole por la rutina, sabiendo que me levanto a las 6.30, me baño, reniego con mi hija porque no se quiere levantar, la dejo llorando en el jardín, viajo en subte angustiada porque la dejé llorando, vengo a la oficina, viajo en subte como sardina para volver a casa a ver a la gorda, jugamos, la baño, reniego porque no se quiere ir a dormir, miro un poco de tele y… ¡Listo!, ya está, puedo darme por satisfecha y quedarme tranquila, porque ningún astro se movió de lugar y mi vida está, simplemente, “estándar”. No obstante, con el tiempo aprendí las bondades de este formato, que no son pocas. Cuando nos estandarizamos por un tiempo, sabemos qué es lo que va a suceder, al menos, en los próximos minutos, entonces podemos prepararnos de otra manera o sencillamente no necesitamos preparación alguna porque nada diferente o desconocido va a suceder. Nuestro formato estándar nos permite tener una cierta adivinación del futuro cercano. Y, aunque no parezca, logramos algo muy difícil de conciliar: el equilibrio, la cierta quietud interna que no nos hace felices pero tampoco nos tortura con angustias recurrentes sino que nos deja cierta paz que no siempre sabemos apreciar. Así podemos pasar una buena parte de nuestro tiempo hasta que, por supuesto, algo pasa y todo cambia. A veces tenemos suerte y pasamos de estar estándar a estar “bien”, a que se presenten pequeñas alegrías o sorpresas o ínfimas felicidades difíciles de fotografiar y congelar en el tiempo; pero en la mayoría de los casos, pasamos del formato estándar a “quilombo/s en puerta” y de los grandes. Cuando los quilombos aparecen, no son pavaditas o cosas simples de resolver, son quilombos de los buenos: o te enterás de que tu marido te engaña, o le saltan las fichas a la señora que cuida a tu hija y no quiere trabajar más, o te quedás sin laburo, o explotan todos los caños de tu casa, o se enferma un familiar, o te roban, etc. Entonces el universo colapsa. Te levantás y te acostás pensando qué vas a hacer para resolver la situación; si vas a matar a tu marido, a la amante o a los dos, si vas a hacer abandono de hogar, si tenés que cambiar de psicólogo, si te conviene renunciar al trabajo… Te estresás y entonces, solo entonces, te das cuenta de las bondades del formato “estándar”. Por eso, cuando no estén ni bien ni mal, sino estándar, no piensen que la vida es aburrida, sino que fueron capaces de encontrar, al menos por un momento, un añorado equilibrio.