jueves, 8 de noviembre de 2007

Provocame

Una de las características de mi personalidad reside en bromear en situaciones en las que, en la mayoría de las veces, mis bromas se toman como insinuaciones o pases libres al mundo del libertinaje. Si bien es cierto que en general tengo buena onda en la oficina con mucha gente y sin distinción de rango, no es sinónimo de que tenga ganas de salir con todos o de tener alguna historia con el noventa por ciento de los hombres a los que trato amablemente, incluyo en los chats o dibujo caritas en los mails.
Hace mucho tiempo, cuando yo era ingenua —pero menos que ahora—
salía de una clase del Conservatorio de Música con dos parejas a las que había visto muy pocas veces y, como nos llevábamos muy bien, se me ocurrió decir: “Che, podríamos ir al cine uno de estos días”, la mirada más sutil me dejó como la más perfecta desubicada, y no faltó la tonta que pensara que quería robarle el novio. Por entonces yo tenía diecinueve años.
Hace menos tiempo, un terapeuta a quien yo confiaba mis más sentidas miserias en las sesiones, me preguntó si yo estaba interesada en salir con él. Ante mi asombro, me chantó una recopilación de frases de mi autoría que puntillosamente había subrayado a lo largo de cuatro años de terapia. Casi me muero, así sueltas y fuera de contexto, eran una marcada insinuación a la lujuria. Entonces me puse a pensar seriamente en lo que digo, o mejor dicho, en cómo lo digo, si en la mayoría de los casos mis frases son malinterpretadas, si mi tono de voz es muy sugerente o si la gente tiene la mente bien podrida. Para mí, decirle a un compañero de trabajo: “Dale, nos juntamos a almorzar y charlamos” es solo y literalmente ESO. Para mí, decirle al vicepresidente de la empresa: “¿Cómo le va? Hace mucho tiempo que no pasa a saludarme” es simplemente una atención, porque si hay algo que no soy ni seré es una acartonada de frases hechas. No les estoy tirando onda. NO. Pero cuando alguien, ante una de mis bromas, saca el papiro de lo que es socialmente correcto, me siento muy infantil, una quinceañera diciendo frases que dan paso a la histeria cuando se descubren como “inocentes” de mi parte (aunque hay algo cierto, no es lo mismo decirlas a los doce años que a los treinta y poco).
¿Será cuestión entonces de sacar provecho de estas confusiones para abrir una puerta que sí me interesa? Quizás de eso se trate, de que me malinterprete alguien con quien sí me interesa salir, claro que ésa sería una interpretación correcta. Ahora los dejo, huyo a decirle: “qué linda te queda esa camisa” a… No sé, alguno que me interese ya voy a encontrar.