viernes, 21 de diciembre de 2007

Brindemos

Alguien escribió:

“Brindemos todo lo que podamos brindar. Brindemos por brindar. Brindémonos. Que todo el mundo brinde lo mejor que tenga para brindar. Que cada uno brinde su aporte. Que el mundo brinde oportunidades; que los economistas brinden soluciones; que los comerciantes brinden mejores precios; que la escuela brinde herramientas que sirvan; que el fútbol brinde espectáculo; que los políticos no brinden espectáculo. Que los vecinos se brinden ayuda; que los padres brinden apoyo a los maestros; que los maestros brinden apoyo a sus alumnos; que los alumnos se brinden ayuda entre ellos. Que los automovilistas no brinden mucho si van a conducir; que la televisión brinde algo más. Que los libros brinden libertad. Que ningún gobernante, por brindar de más, inicie una guerra. Que los soldados brinden en sus casas con sus familias. Que la familia brinde un lugar para ser feliz. Que la vida nos brinde siempre otra oportunidad. Que todo el mundo brinde. Que cada uno brinde su aporte. Brindemos. Brindemos todo lo que podamos brindar. Brindémonos, antes del brindis, después del brindis, brindemos un tiempo mejor. Brindemos un futuro. Brindemos mañana: que todas las noches pueden ser buenas si cada uno brinda al mundo lo mejor que tiene para brindar. Nadie nos quita lo brindado”.

Cada vez que un año se termina, inevitablemente reflexionamos sobre qué deseamos cambiar o mejorar para el próximo, como si nuestros deseos se afianzaran de acuerdo con el balance que hacemos en diciembre. Sí, a todos nos pasa lo mismo, el 31 de diciembre renovamos las energías y los proyectos. Decidí entonces invitarlos a brindar por lo que sí conseguimos en este dos mil siete y por lo que en verdad deseamos para el dos mil ocho. Y empiezo yo: brindo porque la peque tuvo el corazón estable durante todo el año y brindo por mi mayor deseo para el próximo: un dos mil ocho igual de estable. Brindemos. Brindémonos.



El 2007 en fotos.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Lo bueno, lo malo, lo peor

Fiesta de fin de año de la oficina. Hotel Intercontinental. Sábado 15 de diciembre, 3.30 de la madrugada.

Lo bueno: ¡¡Me gané un viaje a Natal, Brasil, una semana, todo pago, en un hotel cinco estrellas!!

Lo malo: Ya me había ido cuando me nombraron ganadora...

Lo peor: ...hacía cinco minutos; y lo volvieron a sortear.

Mmmbuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuaaaaaaaaaaaaaa...

lunes, 10 de diciembre de 2007

martes, 4 de diciembre de 2007

Te extraño

Te extraño aunque no te importe, aunque no lo sepas, aunque nunca lo leas. Te extraño desde que acepté ratitos a escondidas, cartas inconclusas y palabras inocentes pero cómplices. Te extraño desde que empecé a jugar tu juego, sin darme cuenta de que cada día iba a extrañarte todavía más. Te extraño un montón y no sé qué hacer con eso, aunque no haya nada para hacer, aunque te evite hasta el cansancio pero te busque en cada puerta, en cada rincón, en cada movimiento.
Te extraño aunque no vuelvas a leerme, aunque no vuelvas a escucharme, aunque no vuelvas a pasar por mi puerta. Te extraño los días de lluvia y los de sol, porque te las ingeniaste para entrar en mi vida de a poco, sabiendo exactamente qué decir y qué hacer. Extraño tu habilidad con las palabras y con el silencio, tu voz cálida y tu mirada convincente. Extraño nuestras charlas, nuestros encuentros, tu perfume en mis manos y en mi ropa, tus ganas de abrazarme y mis ganas de abrazarte.
Te extraño en todo el cuerpo, aunque no te importe, te extraño.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Ramiro

Conocí a Ramiro a principios del 2002, cuando yo estaba pensando seriamente en irme del país y dejar todo lo que había construido durante años en la galera del olvido. Además, venía de vivir un 2001 particularmente difícil. Recuerdo que coincidimos en la casa de una amiga en común, yo estaba con mi mejor cara de desgracia, el ánimo por el piso y el pasaporte en la mano. Ramiro fue como un viento de aire fresco en la mitad del desierto, y lo fue durante cinco años más.
Aquella tarde nos juntamos a tomar mate, y la chispa de la química se encendió enseguida. Pero claro, Ramiro estaba casado y tenía una hija. La reunión se extendió hasta la noche y algunas horas de la madrugada, que nos sorprendió juntos, sin saber bien qué estábamos haciendo, en una época en que nos dedicábamos más a sentir que a razonar cada cosa que pasaba. Nos despedimos sin más y al día siguiente el azar nos juntó en el subte y ése fue el comienzo de una extraña pero sólida amistad. Nunca, pero nunca jamás volvimos a compartir una cama. Y eso era lo bueno, lo valioso. Después de unos años, Ramiro se separó. Por fin, quizás; pero la vida nos hizo reír, porque yo estaba de novia con el papá de mi hija y tuve que dejar pasar la oportunidad. Y quizás las oportunidades no aparecen dos veces, me pregunto porqué las dejaremos pasar, me pregunto porqué la dejé pasar.
El tiempo vinculó la vida de Ramiro con la de Eugenia, mientras nuestra amistad se desenvolvía intacta. Almorzábamos juntos, íbamos al cine, hablábamos hasta el cansancio de la vida, chateábamos todos los días…
El día del padre de este año, un mensaje de texto tiró todo por la borda, el martes 19 de junio, todo lo que parecía ideal se conjugó en un mail que decía más o menos así:

“Me encantaría que supieras que sos una persona excepcional, a la que por las cosas que nos han pasado tengo en el mejor de mis recuerdos. Te quiero muchísimo. Desde que nos conocimos, le pusiste un toque de magia a mi vida y fuiste una compañía espectacular siempre que necesité hablar con alguien fuera de mi círculo íntimo.
Creo que tanto vos como yo sabíamos que esto no iba a durar por el resto de nuestras vidas. Te explico el porqué de esta despedida. Ayer Euge prendió el teléfono y había un par de mensajes, te comento que entre Euge y yo no hay desconfianza, por lo que cualquiera de los dos puede mirar el teléfono del otro, uno de esos mensajes era el tuyo (desde ya te agradezco que te hayas acordado de saludarme en el día del padre). Lamentablemente me costó enormemente hacerle creer que vos y yo éramos "amigos", fue una situación de mierda y no tenía palabras ni ideas ni forma de justificar tu existencia. Me debo a mi familia. Me debo a mi mujer. Te quiero mucho. Solo te pido que nunca más intentes ponerte en contacto conmigo, no voy a contestar más mails ni tomar más llamadas, tengo que ponerle fin definitivamente".


Ya pasaron cinco meses, y la verdad es que lo extraño. No sé, me pregunto si el final de la vida llega cuando la gente a la que queremos, en la que confiamos, en la que depositamos alguna ilusión se lleva algo nuestro para siempre, sin siquiera despedirse. Y así, nos vamos vaciando de a poco, reemplazando algunos afectos por otros, pero nunca reponiéndonos del todo y preguntándonos a cada paso si estaremos desaprovechando una oportunidad.

martes, 20 de noviembre de 2007

Adiós

Me aburrí. Sí, de vos. Sí de él y sí, de ella también. Me aburrí de esperarte, de llegar siempre tarde a tu vida, de ser grande, de ser chica. Me aburrí de largas horas de desvelo. Me aburrí de promesas incumplidas, de mares desolados, de horas interminables que no conducen a nada. Me aburrí de estar fuera de contexto, de resignarme a sillas que no quiero ocupar, de deslumbrarte para que me ignores después. Me aburrí, sí, de vos, de él, de tu edad y de la mía. Me aburrí de los trucos, de los engaños, de todo lo que podríamos compartir pero nunca compartimos.
Así de simple, así de breve, adiós.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Provocame

Una de las características de mi personalidad reside en bromear en situaciones en las que, en la mayoría de las veces, mis bromas se toman como insinuaciones o pases libres al mundo del libertinaje. Si bien es cierto que en general tengo buena onda en la oficina con mucha gente y sin distinción de rango, no es sinónimo de que tenga ganas de salir con todos o de tener alguna historia con el noventa por ciento de los hombres a los que trato amablemente, incluyo en los chats o dibujo caritas en los mails.
Hace mucho tiempo, cuando yo era ingenua —pero menos que ahora—
salía de una clase del Conservatorio de Música con dos parejas a las que había visto muy pocas veces y, como nos llevábamos muy bien, se me ocurrió decir: “Che, podríamos ir al cine uno de estos días”, la mirada más sutil me dejó como la más perfecta desubicada, y no faltó la tonta que pensara que quería robarle el novio. Por entonces yo tenía diecinueve años.
Hace menos tiempo, un terapeuta a quien yo confiaba mis más sentidas miserias en las sesiones, me preguntó si yo estaba interesada en salir con él. Ante mi asombro, me chantó una recopilación de frases de mi autoría que puntillosamente había subrayado a lo largo de cuatro años de terapia. Casi me muero, así sueltas y fuera de contexto, eran una marcada insinuación a la lujuria. Entonces me puse a pensar seriamente en lo que digo, o mejor dicho, en cómo lo digo, si en la mayoría de los casos mis frases son malinterpretadas, si mi tono de voz es muy sugerente o si la gente tiene la mente bien podrida. Para mí, decirle a un compañero de trabajo: “Dale, nos juntamos a almorzar y charlamos” es solo y literalmente ESO. Para mí, decirle al vicepresidente de la empresa: “¿Cómo le va? Hace mucho tiempo que no pasa a saludarme” es simplemente una atención, porque si hay algo que no soy ni seré es una acartonada de frases hechas. No les estoy tirando onda. NO. Pero cuando alguien, ante una de mis bromas, saca el papiro de lo que es socialmente correcto, me siento muy infantil, una quinceañera diciendo frases que dan paso a la histeria cuando se descubren como “inocentes” de mi parte (aunque hay algo cierto, no es lo mismo decirlas a los doce años que a los treinta y poco).
¿Será cuestión entonces de sacar provecho de estas confusiones para abrir una puerta que sí me interesa? Quizás de eso se trate, de que me malinterprete alguien con quien sí me interesa salir, claro que ésa sería una interpretación correcta. Ahora los dejo, huyo a decirle: “qué linda te queda esa camisa” a… No sé, alguno que me interese ya voy a encontrar.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Situaciones Halloween

¿Qué hora es? Uf, como la una de la mañana, mejor me voy a dormir. Por suerte la peque duerme tranquila así que todo está en orden. Apago las luces, me acuesto. Qué linda noche de verano, las ventanas abiertas, un vientito fresco… ¿Y esa música? ¿De dónde viene? Ay, DEL LIVING, ay. Parece el andador de la peque, pero hace días que no lo usa. ¿Me levanto? ¿Me tapo? ¿Me escondo? Alguien entró, seguro. Imposible, la puerta está bien cerrada y el balcón tiene rejas. No suena más. Voy a ver, no, mejor no. Sí, claro, a ver si tengo que salir corriendo. Otra vez la música. Coraje, mamá. Sí, ojalá estuviera María Aurelia Bisutti en mi lugar. Es el andador, uf, no hay nadie, qué alivio. ¿Alivio? Bueno, le saco las pilas y listo… ¿Listo?

(…)

Año 1990, sola en casa, me voy a bañar. Mamá está trabajando y no tiene que venir. Qué bueno, un baño relajante y terapéutico. Enciendo la ducha, subo el calefón, me meto al baño. Golpean la puerta… del baño. ¿Cómo que golpean la puerta del baño? ¿Quién es? ¿Quién es? Bueno, ideas mías, si no hay nadie. Otra vez los golpes, fuertes y claros. Tres. Seguro es la vieja que salió más temprano del laburo, vino para casa y se está haciendo la graciosa. Termino, salgo de la ducha. Abro la puerta, no hay nadie. La casa está desierta. Llamo a mamá al trabajo: “Hola, mi amor, vuelvo a casa más tarde que lo de costumbre porque tengo dentista hoy, ¿todo bien?”.

(…)

Abuela, te juro que a veces, cuando me quedo a dormir en la pieza del fondo, de golpe se enciende la luz. Ella: “¿Otra vez tu hermano y vos viendo películas de terror? Déjense de pavadas y vayan a dormir. Dejá que la luz la apago yo”.
Dos de la mañana, la luz prendida, mi hermano dormido como un tronco en la cama de al lado. “Che, pelmazo, ¿vos encendiste la luz?” Él: “¿Qué querés, tarada, para qué me despertás? ¿No ves que mañana tengo prueba de lengua? No, no encendí nada, apagá la luz, querés”.
Me levanto, voy al cuarto de los abuelos, duermen tranquilamente. Tengo miedo, bastante. Abuela, la luz, otra vez. Ella: “Ay, nena, bueno, me quedo a dormir con ustedes en la pieza”. A las cuatro de la mañana me despertó la abuela: “¿Nena, vos encendiste la luz?".
Nota aclaratoria: todas estas historias son verídicas y han sido experimentadas en carne propia.

miércoles, 24 de octubre de 2007

"Ojalá te enamores..."

No hay caso. Cuando el amor te atrapa, te pasa el trapo con Blem aroma naranja hasta el último de los rincones, te limpia, te perfuma y te deja libre de pelusas. No importa cuan racionales ni inteligentes seamos ni la experiencia que tengamos en la materia, cuando te toca, te desarma, te acorrala en callejones sin salida y te deja así, sin entender dónde quedaron tantos años de errores teóricamente irrepetibles.

Agustín es un chico inteligente y muy interesante, de ojos cálidos y alma transparente. Es fácil saber lo que le pasa, basta con mirarlo fijo o escuchar su tono de voz. Es de esos amores fieles y únicos, y es, a mi entender, un muy buen pibe. Pero tuvo la mala suerte de encontrarse con el amor, patinar y caer rendido a sus pies. Digo mala suerte porque en esas circunstancias, enamorarse es tener mala suerte. ¿O qué sino? La mujer en cuestión llegó al Registro Civil antes que él y gusta de tener amantes varios. Su marido, un médico bastante interesante, hace caso omiso a su ornamenta y sigue adelante con su vida. Ella es grácil, culta y muy astuta. En vano es hablar con Agustín y explicarle que ella nunca va a divorciarse, que es así, e intentar disuadirlo y hacerlo entrar en razones. El otro día me dijo: “Yo no elegí enamorarme de ella” y eso me dejó pensando… ¿Hasta qué punto somos dueños de elegir al destinatario de nuestro amor? ¿Por qué nos esmeramos e insistimos en lo que es complicado? ¿Qué apuesta hacemos cuando nos involucramos sentimentalmente con un imposible? ¿Qué queremos probar? ¿Estamos mejor ubicados y tranquilos cuando sabemos que el otro está ocupado y eso nos libera de compromisos? De comprometernos con nosotros mismos, de respetar nuestros sentimientos, de cuidarnos.

En un país de Asia, cuando quieren insultar a alguien y desearle el peor de los males le gritan: “ojalá te enamores” y le echan la peor de las maldiciones que, a su entender, un ser humano puede padecer, condenándolo a años de sufrimiento tortuoso y de amores no correspondidos.

No hay caso, cuando el amor te atrapa, te encierra en un laberinto de sensaciones inexplicables, en un sinsentido que supera todo lo conocido por nuestra mente y nuestro cuerpo, sin darle lugar a nada ni a nadie más, para secarnos hasta la última gota de suspiro, para provocarnos insomnio, para volvernos tontos y vulnerables… No hay caso, cuando el amor te atrapa, inevitablemente y sin importar cuánto te resistas, te pasa el trapo.

martes, 16 de octubre de 2007

Leé, Má

La verdad es que no sé quién escribió esto, pero quiero compartirlo con ustedes. Felicidades.

Juntas nos sentamos para almorzar cuando mi amiga me comentó que ella y su marido estaban pensando en formar una "Familia".

-"Estamos haciendo encuestas", me dijo medio en broma y preguntó: "¿Te parece que encargue un bebé?".
- "Te cambia la vida por completo", contesté, con tono neutral.

- "Ya sé...-agregó- no podés dormir hasta tarde ningún día, no podés escaparte un fin de semana, no podés salir a cenar afuera después de trabajar...".

Pero esto no es lo único que quería decirle. La miré y traté de buscar exactamente lo que intentaba expresarle. Quería contarle lo que nunca aprenderá en los cursos de pre-parto. Quería explicarle que las heridas físicas de dar a luz se sanarán, pero que el ser Mamá le dejará una emoción tan grande que se volverá vulnerable para siempre. Quería advertirle que nunca mas podrá leer un periódico sin pensar: "Podría haber sido mi hijo...".
La miré cuidadosamente. Sus uñas estaban perfectamente limadas, tenía puesto un hermoso trajecito y el color de su cabello estaba recién logrado en su peluquería. Pensé que no importaba lo muy "producida" que luciera, cuando fuera mamá se reducirá al nivel primitivo de una leona que protege a su cachorro. Que un grito desesperado de "¡¡Mamá!!" será suficiente causa para dejar caer su mejor vajilla sin siquiera titubear.
Creí que tenía que advertirle que no importa cuantos años haya invertido en su carrera de abogacía, profesionalmente será derrotada -al menos por un buen tiempo- por la Maternidad. Podrá acomodar sus horarios con los de la guardería, pero algún día entrará en una importante reunión de negocios pensando solo en el olorcito que Su Hijo tenía esa mañana y tendrá que disciplinarse para no llamar a cada rato y preguntar si está bien.
Quería que mi amiga supiera que las decisiones de todos los días ya no serán de rutina. Que -por ejemplo- el deseo de su hijo de cinco años de ir al baño de los caballeros, en vez de ir al de damas se transformará en un dilema enorme.
Quería aclararle que no importa con qué seguridad toma decisiones en la oficina, como mamá siempre estará preguntandose: "¿Habré hecho lo correcto?". Miré a mi amiga tan atractiva y seductora, y pensé en prevenirla de los kilos de más que acarrea el embarazo,
pero también quería asegurarle que ya nunca mas se verá ni se sentirá como antes, que su vida, ahora tan llena, tan importante, tendrá menos valor una vez que llegue ese hijo. Que preferirá la muerte antes que perder a su hijo, pero que también rogará por muchos años por adelante, no solo para cumplir sus propios sueños, sino también para presenciar como su hijo realizó los de él. Quería que supiera que la cicatriz de una cesárea o las estrías de la panza, se transformarán en distinciones de honor.
Quería contarle que la relación con su marido también cambiará, pero no en la forma que ella piensa. Ojalá pudiera hacerle entender cuanto más amará a ese hombre si él tiene mucho cuidado tanto al poner un pañal como al tirarse al suelo para jugar con el pequeño. Quería que no dudara que volverá a enamorarse de él, pero por razones que ahora le parecen muy poco románticas.
Quería que mi amiga supiera lo emocionante que es ver a un hijo caminar por primera vez, poder capturar sus carcajadas cuando uno lo besa, lo abraza y lo mima. Quería que ella tuviera la oportunidad de experimentar esta felicidad que es tan real, que a veces hasta nos hace doler por lo intensa.
La mirada de mi amiga hizo que me diera cuenta de que se me habían llenado los ojos de lágrimas. Entonces, estiré mi mano, tomé la de ella, la apreté fuerte y solo le contesté:
"Nunca vas a arrepentirte...".

lunes, 8 de octubre de 2007

Solo somos

Somos únicos. Somos uno, dos y tres pero no sabemos ser uno más dos más tres. Somos lindos, feos, amables, odiosos, agresivos, desatentos. Somos enunciados en una sola voz. Somos un único voto. Somos nuestras mentiras y nuestras ausencias, nuestros reproches y nuestros desagravios. Somos un poco lo que queremos y todo lo que podemos. Somos perfectamente imperfectos; ojos cansados y no correspondidos. Somos un intento de ilusión, de saber del otro, de querer acercarse, pero receptores de mentiras hirientes e innecesarias y víctimas de estacas que se clavan en los huesos. Somos puñados de escasas alegrías y grandes decepciones. Somos lo que no nos importa, lo que no permitimos y castigamos sin piedad, disfrutando de ser verdugos. Somos infantiles y criticones. Somos tan horribles cuando pensamos solo en nosotros que ni siquiera nos damos cuenta de que el verbo “somos” sin “nosotros” no significa nada.

lunes, 1 de octubre de 2007

La primera cita y el sexo

Alguna vez hablé en este blog sobre la incertidumbre que genera “el día después” de la primera noche de pasión. En esta oportunidad me gustaría hacer una breve reflexión sobre las jugadas previas a la primera cita. Cuando aceptamos una invitación, a grandes rasgos hay en juego dos escenarios posibles. Si el hombre en cuestión está casado, sabemos que, en el noventa y nueve coma nueve por ciento de los casos, el escenario planteado es: “Me gustás, vamos a la cama”, por lo cual aceptar esta invitación es sinónimo de agregar un nuevo nombre a nuestra lista de deseos satisfechos y no debería haber ningún tipo de expectativa posterior de ninguna de las partes. Si el hombre en cuestión está libre, el escenario planteado podría ser: “Me gustás, vamos a la cama y DESPUÉS VEMOS QUÉ PASA”.
Y es en este punto en el que yo patino, resbalo y caigo. No me acostumbro al “VEMOS QUÉ PASA”. ¿Cómo vemos qué pasa?? Digo, ¿no te pasaba antes de invitarme a salir? ¿El “vemos qué pasa” depende de mi desempeño en la cama? ¿Y qué querés que haga en la primera salida? ¿Que me porte como una stripper desenfrenada? Digo, porque para eso, buscate una stripper desenfrenada. Entonces comienza en mi interior un manojo de incertidumbres dignas de otro planeta. Primero pienso que, en todo caso, quizás sería bueno guiarse por la versión de que es mejor dejar la cama para la segunda o tercera salida, para darle una chance a un nuevo encuentro o para cultivar un poco una posible relación; pero por otro lado también pienso que mi lectura de la invitación es errónea y que si a la hora de ir a los papeles digo que no, quedaré como una histérica imbécil porque, primero, quizás también tenía ganas y, segundo, por haber mal interpretado la invitación.
¿Qué hacer entonces en la primera cita? ¿Dejarse llevar por los propios deseos —si los hay— de avanzar y concretar un encuentro sexual? ¿Dejar el tema en veremos para que exista una segunda oportunidad y correr el riesgo de que no exista y ser tratada como una histérica?


Desde junio alguien a quien veo en una actividad deportiva una vez por semana me invitaba a salir. Desde junio que lo observaba, sonreía y me negaba no porque no me gustara, sino todo lo contrario, porque intentaba esperar e ir con cuidado para fomentar un vínculo y no incrementar una lista de deseos satisfechos.
Finalmente, acepté. Acepté con la idea de conocerlo, de salir, de compartir una charla, un cine, un café. Acepté con la idea de que el “vemos qué pasa” ya era algo superado, porque desde hacía dos meses nos pasaba algo similar, queríamos compartir algo más que unas horas en una pileta. A ver. Entendeme. Si acepté salir con vos fue porque me pasaba algo más que un par de noches… Y simplemente sucedió que mientras yo fomentaba la ilusión, el hombre incrementaba listas de deseos satisfechos.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Viernes

Hoy es un viernes chato. Muy linda la primavera, muy lindo el espíritu festivo, pero viernes chato al fin. Después de haber trabajado como una loca en la corrección de un cuadernillo sobre la Patagonia, pareciera que las palabras me absorbieron todas las energías. Miro por la ventana y veo la misma dedicada rutina de todos los viernes. A veces no sé si prefiero estar desbordada de trabajo o no tener nada que hacer y dejar que mi mente vuele por ahí. Cuando mi mente vuela, todas las desgracias humanas me afloran por la piel y tengo la sensación de que, de todos los escenarios posibles, siempre me toca el peor. Son pocas las cosas que me gratifican últimamente, y lo poco que me conformaba antes, ahora tampoco me sirve. Encima vengo a darme cuenta de que mi grado de ingenuidad es exactamente igual o mayor al de cuando tenía doce años. Si me dejaran, creo que hasta me creería que Papá Noel existe. Detesto las obviedades pero al mismo tiempo odio las incertidumbres. Me molesta la histeria pero los hechos concretos tampoco me traen satisfacciones, al contrario, me dejan una inmensa sensación de vacío. No hay caso, soy una pequeña niña encerrada en un cuerpo de mujer. Extraño las épocas en que solo me conformaba con que el chico que me gustaba, gustara de mí; cuando las ilusiones pesaban más que las realidades y cuando las realidades eran más llevaderas…

lunes, 10 de septiembre de 2007

Missing

Estoy laburando en la corrección de un cuadernillo que me está llevando más tiempo del que pensaba. Hasta tanto y en cuanto no me libere, estaré ausente.
A llorar al campito.

Buenas tardes.

viernes, 24 de agosto de 2007

Situaciones

Hora pico; pies hartos de caminar botas altas, cansancio eterno, es jueves y la noche anterior la gorda lloró bastante ¿qué le pasará? Me levanté como tres veces. Decido hacer dos estaciones de más en el subte para poder viajar sentada, total, tengo algo de tiempo. Puf, siete minutos esperando y el subte no llega. Ahí vino, por fin. Me siento, retrocedo pero vale la pena, así dormito las diez estaciones que tengo por delante.
Bajan. Suben. Se llena. ¿Qué hora es? Puf, otros siete minutos de espera para que arranque de una vez. No veo la puerta. ¡Cuánta gente! Y eso que estamos en la cabecera. Pienso: Lo único que falta es que ahora entre una señora con un bebé y me tenga que levantar… Escucho una voz en mis tímpanos: “Estoy embarazada, ¿me dejás el asiento?”

(…)

Año 1989. Vecinos desde hace tiempo. Yo: muerta de amor. Él: alto, fornido, ojos verdes, nariz perfecta, médico. Un poco más de años, pero ¿qué importa? Lo miro, me mira, me invita al cine. ¿Me enamoré?
Nos besamos. Conozco su casa. ¡Es hermosa! ¿Me enamoré? Suena el teléfono. La novia. ¿Tenía novia?

(…)

Sábado al mediodía. Termina la clase de inglés. ¿Vas para allá? Sí, claro. Bueno, dale, vamos juntas. Caminamos dos cuadras. Yo: “Tus clases me encantan, la verdad es que lo pasamos muy bien, son amenas, divertidas, hacía rato que no tenía una profesora tan piola”. Ella: “Me alegro. También doy clases particulares en la casa de mi novio, que vive en la casa de la otra cuadra. Es médico”. Yo: “¿En la casa? (…) Ah. Creo que lo conozco”. Ella: “Se bien que lo conocés”.

(…)

Pileta. Nado. Qué bueno es compartir la pile con la peque, se divierte mucho. Dos nenas. Un papá simpático, morocho, ojos azules, perfecto. ¿La mamá? Peque: “Quiero jugar con las nenas”. Vamos. Charla amena. Ojo porque seguro la mamá está en casa. Él: “Estoy separado”. Peque: “Quiero los flotadores como tienen las nenas”. Él: “Tengo un par de más”. Nadamos. Todos. Parecemos los Campanelli, y ni nos conocemos. Las nenas y la peque parecen amigas íntimas. Él: “Nos vamos a almorzar”. Yo: “Peque, hay que devolver los flotadores”. Él: “Quedatelos, me los devolvés la próxima, chau”…

¿Continuará...?

martes, 14 de agosto de 2007

J.M. Bis

Tus labios sellados al igual que los míos, abrieron el camino del olvido. Nuestra charla fue informal, amena y agradable, como siempre. Esperé una señal, una luz verde que me permitiera jugar una carta, y con dignidad acepté que nunca llegaría. No obstante, me sorprendí a mí misma transitando emociones diferentes: ya no eras alguien a quien mirar, sino una eminencia a quien admirar. No fue necesario controlar mis impulsos, ya no estaban. No fue necesario manejar los nervios, se habían ido. No fue necesario evadir miradas ni mirarte evadiendo sentimientos. Descubrí, sin embargo, tu sonrisa cómplice y tu memoria atenta a nuestros comienzos; tus palabras ausentes intentando gritar obviedades como parte de un juego casi infantil… A veces la rayuela se borra con la lluvia y hay que volver a dibujarla, lanzar la tiza y comenzar a saltar de nuevo… Atrás quedaron, al menos por ahora, los fervientes deseos de cruzar la línea, de jugar un comodín, de compartir el mismo lado del escritorio.

Siempre, JM, estaré agradecida por tu esmero, tu dedicación, tu calidez y por tus últimas palabras, a las que me aferro por sobre todos mis deseos de mujer, para darle lugar a mis deseos de mamá, que, en definitiva, son los que más me importan: “El estudio está igual que el anterior. La peque está estable. Estoy muy contento con la evaluación clínica, nos vemos en diciembre…”.

viernes, 27 de julio de 2007

Él

Él es así, avaro y perverso, pero hábil. Él es así, tiene el extraño don de siempre, siempre parecer víctima, pero nunca, nunca, verdugo. Él llora, se acurruca en los rincones, se queda en silencio y sus ojos parecen olvidados por el tiempo. Él siente que es castigado, una y otra vez, por las injusticias cometidas contra su inocencia. Tiene las manos raídas por el frío y el alma congelada por el desdén. Miente; desconoce otra forma de comunicación. Oculta y engaña; es su manera de vivir.
Ayer supe, de casualidad, que estaba en Buenos Aires. Reconfirmé, de casualidad, que él es así, un alma negra disfrazada de desdicha, un viento hueco de palabras inservibles, una puñalada en la razón, un manojo de certidumbres toscas. Sentí, una vez más, esa mirada acusatoria de lobo disfrazado de oveja, sediento de alianzas que justifiquen lo injustificable.
Él es así, y yo, le creí…

jueves, 19 de julio de 2007

20 de julio

Se busca un amigo. No importa que sea hombre o mujer, basta que sea humano, basta que tenga sentimientos, basta que tenga corazón. Se necesita que sepa hablar y callar, sobre todo que sepa escuchar. Tiene que gustar de la poesía, de la madrugada, de los pájaros, del sol, la luna, del canto, de los vientos y de las canciones de la brisa. Debe tener amor, un gran amor por alguien, o sentir entonces, la falta de ese amor.
Debe amar al prójimo y respetar el dolor que los peregrinos llevan consigo. Debe guardar el secreto sin sacrificio. Debe hablar siempre de frente y no traicionar con la mentira o la deslealtad. Debe no tener miedo de enfrentar nuestra mirada.
No es necesario que sea puro ni que sea totalmente impuro, pero no debe ser vulgar. Debe tener un ideal y miedo de perderlo. Debe sentir pena por las personas tristes y comprender el inmenso vacío de los solitarios. Debe gustar de los niños y sentir lástima por los que no pudieron nacer.

Se busca un amigo para gustar de los mismos gustos, que se conmueva cuando es tratado de amigo. Que sepa conversar de cosas simples, de lloviznas y de grandes lluvias. Se precisa un amigo para no enloquecer, para contar lo que se vio de bello y de triste, de los anhelos y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad. Debe gustar de las calles desiertas, de los charcos de agua y los caminos, del borde de la calle, de acostarse en el pasto.

Se precisa un amigo que nos diga que vale la pena vivir, no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos. Se necesita un amigo para dejar de llorar, para no vivir de cara al pasado. Que nos palmee los hombros, sonriendo o llorando, pero que nos llame amigo, para tener conciencia de que aún estamos vivos.

Vinícius de Moraes

martes, 10 de julio de 2007

Fantasmas

El fantasma de tus latidos me persigue, me acecha sin tregua y arremete con más furia en el invierno. A veces me susurra al oído por las noches y me obliga a levantarme. Voy a verte, acaricio tus cabellos enredados por el sueño, te beso varias veces y vuelvo a la cama. No puedo dormir. Doy vueltas ahogadas en silencio; me preocupa lo que pueda suceder si vuelvo a conciliar el sueño. Agotada, por fin, me duermo. Y sueño. Sueño que me caigo, que te busco, que corro, que no escucho tu llanto desesperado por encontrarme, que los gritos no brotan de mi garganta entumecida. Abro los ojos y respiro profundo. Sé que no hay vuelta atrás, sé que las secuelas de tus latidos truncos me obligan a ser centinela de tus sueños. A veces tengo miedo, y mucho. A veces desearía no tener que dormir. A veces el fantasma juega a disfrazarse de realidad para encarnarse con ahínco en mi cuerpo distraído, para recordarme que no puedo ni debo mirar a un costado. Llevo el fantasma de tus latidos entre mis dedos, encerrado en mi mente, agazapado en mis pensamientos, acurrucado en mi almohada.
Una vez más el invierno congela el calendario. Una vez más el invierno señala inquietud, intranquilidad, angustia y desesperación. Una vez más, fantasmas y realidades se juntan para debatir quién será el encargado de sentarse a nuestra mesa, para recordarnos que no importa de qué se disfracen, siempre estarán allí.

martes, 26 de junio de 2007

J.M.

Ojos de azul transparente y mirada cálida. Sonrisa cómplice de palabras que callan pero existen. Pudor, ética, deber, presencia con diploma de honor...

Fue en julio del año dos mil cinco cuando la abstracción de tu nombre se concretó en la tarde más oscura de mi vida. Te recuerdo de pie, inclinado sobre una pared, cansado de andar y desandar las mismas palabras agotadas de esperanza, nuevas para mis oídos, rutinarias para los tuyos. Toqué mi cabello, enjuagué mis ojos ciegos de dolor e intenté sonreír. Mi imagen de madre desarmada por la realidad desnudó mis sentimientos más primarios. Me avergoncé. Lo notaste. Mezclé la vergüenza por sentir lo indebido con el dolor y la desesperación de lo absurdo y lo increíble: un corazón infantil y trunco.

El tiempo me enseñó a disimular con sabiduría. Reprimo mis deseos en cada encuentro, formalizándolos en un trato ameno y gentil, desterrando ilusiones de intimidad, despejando miradas sutiles o prohibidas que inviten a lo imposible. No me dejo sentir ni me pongo en evidencia, controlo mi mente, mi cuerpo, mis gestos, mis pensamientos, para callar y comportarme como debo, como es y debe ser, como lamentablemente siempre será.

Te recuerdo de pie, inclinado sobre una pared. Te recuerdo brillante, cálido, dulce, con hoyuelos a los costados de tus labios perfectos, labios que nunca podré besar.

viernes, 15 de junio de 2007

Contradicciones femeninas

Recibí un mail con cincuenta contradicciones femeninas. Comparto con ustedes las que me parecen más acertadas. ¿Seremos realmente así?
1) Gritar furiosa y llorar desconsoladamente durante la misma discusión.
2) Conquistar a un mujeriego para transformarlo en un hombre de familia.
3) Dejar a ese reluciente hombre de familia para conquistar a otro mujeriego.
4) En una cita, insistir en pagar la mitad de la cena y no volver a salir con él si acepta la oferta.
5) Repetir incansablemente que sólo necesitás amor, comprensión y estabilidad y sentir repulsión por un hombre bueno y simple que te manifiesta frontalmente su devoción.
6) Ponerse a dieta terminal para ir a un casamiento y comer como una piraña fuera de control durante toda la fiesta.
7) Enamorarte de un hombre casado porque es incapaz de traicionar a su mujer.
8) Despotricar cuando un hombre pesado e insistente te corteja, y perderla cordura cuando por fin deja de hacerlo.
9) Catalogar a una mujer sexualmente hiperactiva como 'una perdida' y a una más selectiva de perdedora o lesbiana encubierta.
10) Dejar a un hombre porque ya no te gusta y que vuelva a gustarte cuando él encuentra a otra.
11) Hacerte la permanente si tu pelo es lacio, plancharlo si está enrulado teñirlo de rubio si es oscuro.
12) Insistir y esperar cuando la relación está acabada hace tiempo.
13) Morir de amor por un hombre que cría sólo a sus hijos y sentir pena por una mujer que hace lo mismo.
14) Declarar durante todo el año que celebrar el aniversario es una estupidez y enojarte con tu pareja cuando la fecha llega y se olvida.
15) Hablar de dieta con una torta en la mano y hablar de tortas cuando estás a dieta.
16) Tomar sol al mediodía untada en aceite de cocina y comprar crema antiarrugas y gel para contorno de ojos.
17) Decir que no querés nada para Navidad y secretamente esperar el regalo sorpresa.
18) Decir que 'lo importante es lo de adentro' cuando tenés un novio feo y alegar que 'la piel es todo' cuando conseguiste uno lindo.
19) Creerle al mismo hombre cuando habías jurado no volver a hacerlo.
20) Perseguir a tu pareja para que colabore en la cocina pero echarlo por inepto en cuanto empieza a ayudar.
21) Abandonar a tu novio porque es celoso y sentirte fea y desamparada cuando no te celan.
22) Dejar la ropa más nueva y linda para salir cuando en realidad pasás cuarenta y ocho horas semanales en la oficina y tres o cuatro en una salida.
23) Preguntar si estás gorda para que te digan que estás flaca.
24) Mirar comedias romáticas y melodramas al día siguiente de cortar con elamor de tu vida.
25) Censurar a las amas de casa porque no tienen una carrera y a las que tienen una carrera porque la empleada doméstica cuida de sus hijos.
26) Sentir discriminación si eligen a un hombre para tu puesto pero tenerun derrame cerebral de ira si eligen a otra mujer.
27) Llorar con los documentales de los animalitos de 'Animal Planet' pero hiperventilarse de excitación frente a una cartera de cuero.
28) Considerar que a los sesenta años un hombre es joven y una mujer una abuela.
29) Bajar de peso, hacerte las uñas, broncearte y vestirte mejor cuando terminás una relación y engordar veinte kilos y ponerte el jogging cuando empezás una.
30) Pellizcar bebés ajenos, pensar hasta el cansancio los nombres de tus futuros hijos, emocionarse con los embarazos de tus amigas y llorar desconsoladamente el primer día de atraso.

miércoles, 6 de junio de 2007

Mundo Blog

Muchas veces me pregunto cuáles son las decisiones internas que me llevan a leer los blogs y porqué dejo de leer o visitar otros. ¿Qué busco o pretendo encontrar en un blog? ¿Qué debe tener un blog que me invite, de alguna manera, a realizar una comunión diaria con él? Para mí, un blog interesante y que valga la pena visitar es aquel que juega con la maravilla de lo implícito, que invita a soñar, que instruye, que divierte, que comparte y acerca, que nos hace crecer, que nos levanta el ánimo o nos acompaña en la tristeza.
No me gustan para nada los vulgares, los que dan detalles de la vida privada que a nadie le importan (léase: “anoche partí a la minita en dos”, “tengo un olor a chivo insoportable”, “me gusta hacerlo en la ducha”, “prefiero los mañaneros”, etc.); los que se dejan besos obscenos todo el tiempo; los que celebran y festejan a viva voz el histeriqueo que generan; los que se dirigen a sus comentaristas llamándolos preciosura, bombón, dulce de leche, caramelo y demás calificativos altamente pegajosos y repulsivos. Tampoco me gustan los que no responden los comentarios, es como si diera lo mismo que el comentarista estuviera o no, o los que describen todo el tiempo lo pésimos que son en todo: “para esto soy viejo, para lo otro soy torpe, tengo mala memoria, soy un cero al as en estoy y aquello, soy un fracasado, qué mal me va, pobre de mí”.

Desde que formo parte de esta comunidad pude vagamente sacar una radiografía de los que sí visito y disfruto. Menciono los que ya son parte de mi recorrido diario y con los que más me identifico (aunque haya otros muy buenos que no visito tanto). Por ejemplo, con Ginger y Sonia tengo la diversión garantizada. Mi amiga del alma Barluz llena de afecto parisino y de recuerdos entrañables mis largas horas de oficina; Duda me arrulla con su poesía para emocionarme a través de cada relato; Chiru me ayuda a volar con la imaginación y me representa en cada reclamo sobre la injusticia social, Kill agudiza mi intelecto (Me impresiona la habilidad literaria con la que escribe este muchacho), la Daee describe en sus posts exactamente lo que siento, Caracol me da una visión muy masculina y acertada de los pensamientos de los hombres, El_tipo sacia mi necesidad imperiosa de saber cada día un poco más de la vida, Eleo me muestra que, a pesar de todo, se puede, Pal me lleva a recorrer el mundo de una manera amena y divertida, Gabu tiene la palabra a la hora de la seducción…

Por eso, amigos míos, para lo vulgar y lo mediocre, está la televisión. Guardemos este valioso espacio para crecer y volar más allá de nuestra cotidianeidad.

jueves, 31 de mayo de 2007

Certezas

A veces aparece ese “no sé qué” que me empaña los ojos despintados y me deja con la mirada perdida en los recuerdos.
A veces ese no sé qué se presenta inesperadamente, como hoy, uno de esos días en los que no solo está nublado de la ventana para afuera, sino de la camiseta para adentro. Será que desde hace tiempo soy sombra y fotógrafa de las vivencias ajenas; será que el calendario deshoja el otoño para precipitarse en el invierno; será que todo está tan tranquilo que asusta; será que hoy así, al pasar, descubrí un amor. Y entonces será que entristecí, no porque los protagonistas de la historia no merezcan vivir un amor pleno, sino porque desde que descubrí mi extraño don para predecir finales y comienzos, ya no soy protagonista sino mera observadora. Ya no actúo, me cansé, solo observo. Observo la vida de los otros, sus logros, sus crecimientos profesionales, sus amores, sus desventuras. Vivo desde el banco suplente alegrías, traiciones y deseos. Olfateo los amores nuevos a distancia, los engaños, las mentiras, los desenlaces de parejas siempre truncas. Sé con seguridad sin método alguno más que una profunda certeza el sexo del niño por nacer. Sé que no lo pienso, solo lo siento. Siento en todo el cuerpo certezas extrañas. Tengo el estigma “yo sabía” marcado a fuego en la sangre. A veces desearía, simplemente, no saber.
Hoy no me maquillé. ¿Para qué? Sé que no voy a encontrarme con nadie más que mis propias certezas. Tan solo, lo sé.

martes, 22 de mayo de 2007

"No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda”. Woody Allen.

Cuando pasa esto, o esto o esto otro, me da un dolor muy fuerte en el pecho, mi vida pasa como relámpago por mi mente y llego a la simple y patética reflexión de que “cuando te tiene que pasar, te pasa”…

La muerte nos acecha de cerca. Se acuesta en nuestra cama y despierta en la de otros, o no. Nos acompaña. Nos espera en cada esquina. Nos persigue. Es certera y precisa, injusta, inmanejable y exacta. Es la inevitable desesperanza y la forzada aceptación de la ausencia. La incertidumbre sobre el después.
De lejos, a veces, nos señala. De lejos, a veces, sigue de largo. No sabemos si espera agazapada para darnos solo un susto o para invitarnos a soñar con ella.
Destructora de sueños e ilusiones, su presencia nos llena de profundo dolor. Penetra en el deseo de los desamparados para invitarlos a cometer el peor de los crímenes: dejarse llevar en su nombre. No importa cuánto nos aferremos a todo lo maravilloso de la vida, al árbol firme y dispuesto a pesar de las tormentas, Ella siempre estará allí, cubriendo de negro almas perdidas, inocentes, sabias. Muerte: realidad que se impone irreversiblemente para escabullirse en medio de la desolación, para tomarnos por sorpresa y dejarnos sin aliento, sin más por hacer.
Y hoy, así porque sí, agradezco que la muerte siga haciéndose la distraída, dándome la oportunidad de seguir adelante...

jueves, 10 de mayo de 2007

Anónimos

“…Te deseo, te extraño, no puedo vivir sin vos, así me dejaste, herida…”

Nos brindamos enteros. Nos dejamos llevar. Nos entregamos al anonimato despojados de nuestras caretas, aferrándonos a él para dar rienda suelta a nuestros más profundos deseos y sentimientos de odio, amor, venganza; para dar paso a los resentimientos depurados por la cultura y la sociedad.

Deseamos, amamos, gritamos con fuerza nuestras flaquezas, nuestros amores perdidos, nuestros deseos de estar juntos, separados, de gritarle al mundo traiciones y desencantos. Así, asidos de un manojo de verdades, un nombre común nos vuelve invisibles, nos devuelve las fuerzas y nos desnuda sin tregua ante lo inmanejable.

Denunciamos lo que nos duele, lo intolerable, lo repugnante y lo atractivo y a su vez tememos ser descubiertos amasando el idilio que existe entre el deseo de gritarle al mundo quién somos y la vergüenza de que rechacen nuestro nombre.

Anónimo. Gritamos con tu nombre lo que a oscuras reprimimos a diario, para expresar con miradas de niño despojado lo que en verdad sentimos. Anónimo, te invocamos a la hora de contar verdades. Anónimo, si te conoceré…

viernes, 27 de abril de 2007

Había una vez...

Mucho antes de que existiera una literatura escrita exclusivamente para niños, los cuentos populares –de hadas, ogros y princesas- se transmitían a través de la tradición oral y de generación en generación. Con el transcurso del tiempo, los cuentos sufrieron una serie de mutilaciones, adaptaciones y censuras de partes “crueles”.
Justamente el otro día, mientras buscaba algún librito lindo con el que Mile pudiera entretenerse, me topé con todos los clásicos y, si bien compré el más “inofensivo” (El Gato con botas), hice un breve repaso mental de las tramas de: “Caperucita”, “Blancanieves”, “La Bella Durmiente” y “Cenicienta”, y descubrí porqué no me gustaría que mi hija escuchara ciertas cosas en tan tierna infancia. ¿Cómo le explico que, por ejemplo, aunque la mamá de Caperucita sabía que el bosque era peligroso y que había lobos la mandó sola hasta la casa de la abuelita y vestida nada menos que de ROJO?; o que el cazador abre la panza del lobo y sale la abuela viva; que la madrastra envidiosa de Blancanieves se come el corazón de un jabalí pensando que es el de la muchacha que había mandado a matar; que la Bella Durmiente intenta probar un huso aunque sabe que si se pincha dormirá por cien años (Hay una versión que indica que una de las hadas no le otorgó el don de la inteligencia y que la pobre Bella Durmiente era medio boludaza); que Cenicienta es torturada nada menos que por los seres que deben protegerla; que el ogro de Pulgarcito y la bruja de Hansel y Gretel se quieren comer a los niños...
Y si hablamos de "El enebro", tenemos a una madrastra que odia a su hijastro entonces lo mata y alimenta al padre con la carne del hijo… Un primor. No creo que baste con explicar que las “crueldades” corresponden a la fantasía del autor y a una época pretérita de la historia. Hmm, no, llevaríamos la fábula a un plano muy real y mundano.

Si bien es cierto que la literatura infantil estimula la fantasía del niño y contribuye al desarrollo de su personalidad, no me parece muy acertado enfrentar a los niños a través de los cuentos con los conflictos más bajos del ser humano tales como el asesinato, el incesto, la venganza, el poder o el ansia de someter al otro. Tampoco propongo que vivan inmersos en un mundo unilateral en el que solo estén en contacto con el lado positivo de las cosas. Quizás lo bueno sería encontrar la manera de equilibrar los contenidos y encauzarlos hacia mensajes edificantes. Se narra para justificar lo incomprensible, lo misterioso, para transmitir culturas, para conocer la anónima sabiduría de los pueblos. Cuando contamos un cuento, no solamente entretenemos, también comunicamos valores. No me gustaría inculcarle a mi hija la idea de que cuando se trata de crecer y madurar, solo se logra a costa de las desgracias ajenas.
Colorín colorado, este post ha terminado.

miércoles, 18 de abril de 2007

Pretenciones

No pretendo que me ames.
No pretendo que me quieras.
No pretendo que me abraces, tampoco que me acompañes a caminar bajo la lluvia.
No pretendo encontrar tus ojos al despertar ni al conciliar el sueño.
No pretendo desterrar mi pasado con tu presencia.
No pretendo que me acompañes en el andar, ni que tiemble tu corazón al recordarme. Tampoco pretendo que me cuentes lo que viste de bello y de triste; de tus anhelos y realizaciones, de tus sueños y de la realidad, de las calles desiertas y de lo que se siente al recostarse sobre el pasto mojado por el rocío.
No pretendo que miremos juntos las estrellas, la luna o el sol, ni que riamos hasta el amanecer. Tampoco pretendo una sonrisa triste o lejana cuando ya no queda más por decir o hacer.
No pretendo tus caricias, aunque a veces mi cuerpo te extrañe y desee, aunque a veces se cansen mis labios al desandar las palabras que nos alejaron.
No pretendo tenerte, ya que no es posible.

Simplemente, por favor, no me niegues.

martes, 10 de abril de 2007

6 de abril

Había una vez una mujer. Había una vez un hombre. Juntos y separados se dieron cuenta de que sentían cosas muy diferentes, de que tenían valores distintos. La mujer era pura ilusión y el hombre se aferraba a las mentiras como modo de vida. Un día, el destino iluminó la cara de la mujer, quien corrió al calendario y verificó que existían grandes posibilidades de tenerte en sus brazos. Así fue. El seis de abril del año dos mil cuatro, una mujer ilusa daba a luz a un ser extraordinario y de ojos incansablemente curiosos. Al principio fue difícil, muy difícil. Las escasas horas de sueño se conjugaban con mares de ausencia inimaginables. El hombre ruin era más fuerte con sus silencios que toda la presencia que mamá podía brindar.
El primer baño, la primera comida, el primer pasito, las primeras palabras… Desafiamos al destino juntas, lloramos y reímos hasta el cansancio, amanecimos domingos de lluvia cuando todavía la mañana dormía para salir a caminar. Creciste, crecimos.
Cuando tu corazón comenzó a tropezar, el mío quedó detenido en el tiempo para siempre. Nos internamos durante quince días en una angustia interminable, sin poder comprender cómo un corazón sano y tan pequeño podía, de pronto, tambalear así. Y aunque intento disimular mi desamparo cuando de tanto en tanto te toca la ronda de estudios, confieso que admiro tu valentía y tu dignidad para cargar el grabador de tus latidos. Llevo las secuelas de tu corazón inquieto arraigadas con dolor a lo que queda del mío. Sentí culpa, mucha, toda, pero salimos adelante porque me enseñaste que, a pesar de todo, se puede. Se puede superar la soledad, la desidia, el desamparo.
Soy centinela de tus sueños y gran admiradora de tus logros. Por eso, hija, cada seis de abril celebro y festejo tu risa, tus sueños, tus palabras, tu vida. Gracias, Mile, por llenar mi vida de colores. Feliz cumpleaños.
Mamá.

martes, 27 de marzo de 2007

La empresa en la que vivo

Cuando empecé a trabajar en esta empresa multinacional, una de las mejores posicionadas en el mercado, no podía borrarme la sonrisa de la cara. Mi felicidad era tal que hasta yo estaba sorprendida de mi constante buen humor. En aquel entonces yo trabajaba por mi cuenta, vivía sola en un monoambiente alquilado de cinco por tres, cargaba bolsas diez cuadras desde el supermercado más barato y padecía tres largos meses de verano en los que nadie (o casi nadie) estaba dispuesto a tomar clases de inglés. Así era mi vida cuando recibí la noticia. Y la verdad es que en ese aspecto, cambió ciento ochenta grados.
Cuando empecé a trabajar acá, mi puesto era más que satisfactorio: secretaria ejecutiva bilingüe de un Director de una multinacional. Y estaba bien, más que bien. Con el paso del tiempo descubrí que mi trabajo me permitía tener muchas horas libres ya que mi jefe viajaba mucho, lo cual encajaba perfecto en mi necesidad de recibirme pronto. Pasaba horas estudiando con los libros desplegados sobre el escritorio sin ningún tipo de pudor; así fue como leí novelas enteras y eternas en inglés y en español y cultivé mi mente y mi espíritu por más de cinco años. Y mientras me concentraba en mi carrera, veía que las cosas en la oficina estaban siempre igual, el trabajo era siempre el mismo, el grado de desafío era igual a cero y mis actividades habían sido, eran y serían siempre las mismas: atender el teléfono y sacar fotocopias. Los analistas, los jefes de departamento, los gerentes, los cadetes, todos escalaban posiciones rápidamente. Cuando el más idiota de los empleados tuvo su propia oficina, me preocupé. Cuando intenté cambiar de puesto y me di cuenta de que mi título de traductora técnico-científico-literaria en inglés no servía para nada, me preocupé más. Cuando descubrí que acá las secretarias no están contratadas para pensar ni para tener aspiraciones, me quise morir. Cuando el primer nenito engrupido con meses de experiencia en la empresa me “ordenó” que le hiciera una reserva de pasajes, supe definitivamente que mi futuro en esta empresa moriría en la misma silla en la que había empezado. Y decidí limitar mi buena voluntad a trabajar sin esmerarme demasiado, total, por más que me pusiera de cabeza, nunca iba a llegar a ningún lado. Hace un año trasladaron a mi jefe a Houston y a mí me cambiaron de sector. Otro jefe, otros nenitos engrupiditos, mismas tareas. Cuestión que los jefes siguen pasando y yo sigo acá sentada durante horas, aburrida hasta el cansancio, inventando desafíos para que mi cerebro no se marchite. Pero ojo, no es que quiera cambiar de trabajo, no es que me esté quejando. Por ahora el sueldo es bueno y la obra social, impecable. Me gustaría cambiar la manera de encararlo, la predisposición, la energía. Les contaba, nomás, que no quisiera morir sentada en esta silla sin que nadie se diera cuenta…

miércoles, 21 de marzo de 2007

21 de marzo

Un día como hoy de una tarde tranquila del año mil novecientos setenta y dos, una mujer solitaria daba a luz para traer al mundo a un ser tan complicado como sensible. Desde ese día pasaron muchas cosas, lógico. Hubo dolores, fracasos, alegrías, inmensas felicidades… Una madre presente siempre, a pesar del cansancio y las manos agotadas, firme en su empeño por salir adelante. Un padre trunco, de presencia escasa y sentimientos raros. Un hermano compañero, a veces peleador, otras justo y sabio. Viajes, infancia, quintas, amores, desengaños. Interminables recuerdos y emociones. Así pasaron los años y llegó una hija hermosa, llena de sol en los ojos y en los labios, compañera de ruta incondicional.
Y ustedes, compañeros de aventuras, anécdotas, historias, vivencias, cuentos. Y quiero, si me lo permiten, compartir con ustedes lo que me desearon hoy, deseo del cual me apropio: “Que este año sea el comienzo de los cambios que querés para tu vida, y mi deseo es que esos cambios tengan el molde que vos deseas, en lugar de que seas vos la que se amolde a ellos”.
Gracias por estar, por compartir, por acompañarme a soñar...

martes, 20 de marzo de 2007

Extraños

Te vi y te ignoré, no podía hacer otra cosa, no me interesaba hacer otra cosa. Eras uno más junto a la puerta, alguien de todos los días. La situación cedió ante lo inevitable: debíamos acercarnos sin saber bien porqué. Te noté ausente, perdido en un mar de palabras rotas que aportaban solo silencio e indiferencia. Respiré profundo, una vez, dos, me acerqué un poco más, pero la música de tus oídos te transportaba más allá y yo parecía imperceptible a tus ojos, a tu piel, a todos tus sentidos.
Volví a ignorarte, pero el misterio de tu mirada ausente sacudía mi interior de una manera inexplicable. Insistí, me acerqué otra vez, pero a esa altura ya me arrebataba el terrible deseo de abrazarte, de apoyar mi cabeza sobre tu pecho y decirte cuánto te había estado esperando. Me contuve, no quería arriesgarme a que tu indiferencia me quitara del sueño para transportarme abruptamente hacia la realidad. De manera casi infantil toqué tu hombro y fue entonces cuando me miraste. La felicidad duró solo un segundo porque seguiste tan ausente como antes, al menos eso pensé. Tomé mi cartera, ya dispuesta a irme cuando de pronto me di cuenta de que algo nos conectaba y de que no era la indiferencia lo que te guiaba. Sentí tu mano rozando la mía muy dulcemente, me quedé inmóvil y casi sin querer respondí a tu deseo de acercamiento con una sonrisa. Esperé con desesperación una señal, algo que me diera la pauta de que no había sido un error, ya que por un momento pensé que había sido un sueño, que las caricias solo respondían a mis más bajos instintos de comunicación. Pero no. No había sido un sueño. No solo no quitaste tu mano de nuestro lugar común sino que me acariciaste con más firmeza que antes. No supe qué hacer, temblaba por dentro y me avergonzaba por fuera, temiendo que alguien descubriera nuestros códigos, nuestros movimientos, nuestros deseos. Faltaba poco, ya era tarde y debía seguir mi camino, pero no sabía qué hacer, no quería irme así, sin más. ¿Qué hacer? ¿Debía hablarte, mirarte, tocarte? ¿Cómo decirte que sí, que estaba ahí, que tenía ganas de volver a verte? ¿Y si me equivocaba? ¿Si en realidad tu mano me había acariciado accidentalmente? ¿Y si mi deseo no era más que un manojo de extrañas emociones? Evadí la situación de la manera más infantil que tuve en los últimos diez años de mi vida: huí. Me bajé del subte como si la muerte acechara los vagones. Fui cobarde o ingenua. Mi fantasía supuso que ibas a seguirme, pero cuando miré atrás, ya no estabas. Y una vez más descubrí que la ilusión puede llegar en cualquier momento, de la mano de un amigo o de un extraño, para irse así, sin más, dejando en nuestro interior una sensación de vacío e impotencia.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Gente que brilla

Me fui de vacaciones con el deseo de encontrar un lugar placentero en donde pasar unos días tranquilos. Un lugar para descansar. Un lugar para mí, para mi hija, para mi silencio y mi acuarela de palabras. Un lugar en donde llenarme de sol, bailar entre las nubes, cantar, ser feliz.
Encontré algo mejor. Un lugar mejor. Encontré un río cristalino que susurra melodías en los oídos del hombre solitario y pájaros que acompañan los pasos perdidos del peregrino. Encontré en las cabañas
Casablanca una casa, una morada, un hogar, manos amigas. Encontré algo que no es fácil de encontrar en la vida: gente capaz de emocionar y emocionarse, con ojos llenos de lágrimas al compartir los más profundos dolores y rebosantes de alegría al ver una sonrisa en la carita de mi hija. Disfruté de charlas al atardecer, de confidencias, de confesiones. Encontré corazones abiertos deseosos de albergar historias nuevas y de compartir vivencias enriquecedoras y otras magulladas por los azares del destino. Casablanca despliega en el paisaje el empuje, la fuerza, la garra, el amor y la calidez de Eddy y Freddy, gente capaz de tenderle una mano amiga a alguien que apenas conocen; gente que enseña que a pesar de las dificultades que existen en el duro camino de la vida, siempre habrá un espacio para escuchar al otro, para ayudarlo, para acercarse de corazón a corazón. Vayan entonces para ellos estas sencillas palabras de agradecimiento por todo lo que han hecho para que nuestras vidas brillen más.
Y vaya también este pequeño poema de Hamlet Lima Quintana.
Sencillamente, gracias.

Hay gente que con solo decir una palabra
Enciende la ilusión y los rosales;
Que con solo sonreír entre los ojos
Nos invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con solo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después, como si nada

Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Fifteen days off

Este fin de semana tengo una cita. Una cita con la tranquilidad, la calma, el descanso. Planeo encontrarme con las montañas, el río, las camintas por el bosque, el sonido de los pájaros. Planeo encontrarme conmigo misma, descubrir qué hay más allá de un manojo de obligaciones lleno de rutina y de estrés. Quiero despertarme sabiendo que no soy esclava del tiempo, que los relojes me abandonaron y que puedo simplemente sacar una sillita al pasto y sentarme a contemplar las montañas durante un buen rato, así, sin más.
Quiero redescubrir el vínculo con mi hija, verla crecer sin horarios, escucharla reír, verla correr por los senderos que abandonan lo conocido para adentrarse en el misterio de la sorpresa, de lo que hay más allá. Quiero compartir con ella la emoción y la tranquilidad del descanso.
Quiero saber si soy capaz de escapar del formato estándar y rediseñar una vida llena de pequeñas y grandes emociones, cargada de todo lo que sí tengo y quiero, que no es poco.
Este fin de semana comienzan los quince días más esperados del año. Este fin de semana me voy de vacaciones. Acá.
Nos leemos a la vuelta. Adiós.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Bronquitis

¿Qué pasa con los hombres? ¿Falta comunicación? ¿Sobran ilusiones? ¿Falta interés? ¿Sobra? Tengo bronca, bronca, bronca. Y lo que más bronca me da es tener bronca, porque si bien a veces lo que uno espera del destino es el azar, otras tantas las cartas están marcadas bastante antes de empezar a jugar, y, en el fondo, lo sabemos.
Vayamos a lo concreto. Por ejemplo, si se conoce a un hombre casado en un bar, SABEMOS que difícilmente el destino baraje que el sujeto en cuestión se enamore perdidamente al punto de divorciarse y querer pasar toda una vida con la nueva candidata. Si bien es una posibilidad, es una en un millón, y estaríamos apostando a un fracaso inmediato si esos son nuestros deseos cuando flaqueamos al darle nuestro teléfono. Si conocemos a un hombre casado en un bar, SABEMOS que los encuentros serán meramente para satisfacer los deseos de la carne más que para pasear por las calles tomados de la mano. Perfecto, podemos aceptar lo subliminal y darle para adelante siempre y cuando el tipo cumpla al menos con el requisito de ser parecido a Brad Pitt o a George Clooney.
Pero, pero, pero… Si el tipo que conocemos en el bar está libre de compromisos, nos gusta y le gustamos… Ojo. Primero, tenemos que tener claro qué deseamos conseguir. Si queremos entregarnos a los placeres sexuales, listo, no hay nada que temer. Pero, pero, pero, si buscamos algo más que un par de noches de lujuria, ¿qué hay que hacer para tener una relación mínimamente estable que dure algunos meses y que no se vea amenazada por la incertidumbre constante? Entonces salimos desinteresadamente, nos divertimos, disfrutamos y, en algún momento, pasamos la primera noche con el otro. Entonces comienzan las pequeñas torturas cotidianas cuyo principal protagonista es: “El día después”. El día después cuando el tipo no te interesa es solo eso, un día después de una noche de placer. El día después cuando el tipo te interesa es un manojo de angustias encadenadas. Primero nos preguntamos si nos llamará y cuánto hay que esperar para llamarlo en caso de que no llame, y si no llama ¿para qué llamarlo? Después revisamos nuestro mail quinientas veces por día para ver si hay novedades.
Supongamos que a la semana de la primera cita, las novedades llegan. Estamos contentas, claro, aunque nos preguntamos porqué si hay interés, las novedades se tomaron siete días en aparecer. Minimizamos el hecho, pensamos que el tipo estuvo ocupado, o que no quiere parecer ansioso, o que tuvo que viajar.
La segunda cita. La segunda cita se parece bastante a la primera en cuanto a incertidumbre “post cita” se refiere, está buena porque denota cierto interés ya que es la número dos, pero no está tan buena porque no sabemos si habrá número tres, o, lo que es peor, cuánto tiempo pasará hasta la número tres. Y hete aquí el punto. Si ya existen estas dudas es porque el interés del sujeto en cuestión es igual a cero o es exclusivamente carnal. Difícilmente pueda armarse algo potable si los encuentros son cada diez o quince días.
Yo tengo la teoría de que si hay interés, los encuentros gozan de cierto privilegio por sobre otras actividades y no pueden ser tan espaciados. Si el tipo/chica te interesa, decirle: “hoy no puedo porque tengo que ir al Coto”, no existe ni en el más remoto de nuestros pensamientos. Tampoco las opciones: “Mañana no sé porque quizás voy a cenar a lo de mi mamá” o “Hmmm, no sé porque quizás me junto con los chicos del jardín de infantes que no veo desde 1978, te confirmo” o “Creo que tengo que ir a regar las plantas de la Laguna de Chascomús”. Listo. Nada más por decir. No hay interés. En mi humilde opinión, existe interés si:
  1. Tenés ganas de salir con el otro.
  2. No esperás diez días para llamar.
  3. Te arreglás, te afeitás o depilás.
  4. Te esmerás en hacer que el otro se sienta bien.
  5. Te ponés nervioso antes de los encuentros.
No sé, quizás me equivoco, quizás soy muy anticuada, quizás lo que pretendo de una relación mínimamente estable no exista. Y acá estoy, embarcada en un manojo de incertidumbres que no me banco y al que no sé porqué me subí. Claramente, nuestros objetivos o necesidades son diferentes. Y lo que más bronca me da es confirmar que tenía razón, que yo sabía, que era mejor buscar otro mazo antes que apostar a que éste baraje distinto.

martes, 6 de febrero de 2007

Formato estándar

Estoy estresada, bastante. Lo curioso es que mi estrés solo se relaciona en forma directa con los quilombos. Nunca me toca, por ejemplo, un estrés por actuar en una nueva obra de teatro, o por mudarme a una casa de ocho hectáreas, o por sacarme la lotería y no saber qué hacer con el dinero, o porque se presentó un desafío en el trabajo. No. A lo máximo que puedo aspirar cuando no estoy estresada es a que mi universo esté quieto y tranquilo, a que nada se mueva, a que todo siga en su lugar casi sin pestañear; a estar, simplemente “estándar”. Entonces cuando llevo días y días cagada de embole por la rutina, sabiendo que me levanto a las 6.30, me baño, reniego con mi hija porque no se quiere levantar, la dejo llorando en el jardín, viajo en subte angustiada porque la dejé llorando, vengo a la oficina, viajo en subte como sardina para volver a casa a ver a la gorda, jugamos, la baño, reniego porque no se quiere ir a dormir, miro un poco de tele y… ¡Listo!, ya está, puedo darme por satisfecha y quedarme tranquila, porque ningún astro se movió de lugar y mi vida está, simplemente, “estándar”. No obstante, con el tiempo aprendí las bondades de este formato, que no son pocas. Cuando nos estandarizamos por un tiempo, sabemos qué es lo que va a suceder, al menos, en los próximos minutos, entonces podemos prepararnos de otra manera o sencillamente no necesitamos preparación alguna porque nada diferente o desconocido va a suceder. Nuestro formato estándar nos permite tener una cierta adivinación del futuro cercano. Y, aunque no parezca, logramos algo muy difícil de conciliar: el equilibrio, la cierta quietud interna que no nos hace felices pero tampoco nos tortura con angustias recurrentes sino que nos deja cierta paz que no siempre sabemos apreciar. Así podemos pasar una buena parte de nuestro tiempo hasta que, por supuesto, algo pasa y todo cambia. A veces tenemos suerte y pasamos de estar estándar a estar “bien”, a que se presenten pequeñas alegrías o sorpresas o ínfimas felicidades difíciles de fotografiar y congelar en el tiempo; pero en la mayoría de los casos, pasamos del formato estándar a “quilombo/s en puerta” y de los grandes. Cuando los quilombos aparecen, no son pavaditas o cosas simples de resolver, son quilombos de los buenos: o te enterás de que tu marido te engaña, o le saltan las fichas a la señora que cuida a tu hija y no quiere trabajar más, o te quedás sin laburo, o explotan todos los caños de tu casa, o se enferma un familiar, o te roban, etc. Entonces el universo colapsa. Te levantás y te acostás pensando qué vas a hacer para resolver la situación; si vas a matar a tu marido, a la amante o a los dos, si vas a hacer abandono de hogar, si tenés que cambiar de psicólogo, si te conviene renunciar al trabajo… Te estresás y entonces, solo entonces, te das cuenta de las bondades del formato “estándar”. Por eso, cuando no estén ni bien ni mal, sino estándar, no piensen que la vida es aburrida, sino que fueron capaces de encontrar, al menos por un momento, un añorado equilibrio.

viernes, 26 de enero de 2007

Signos

Cuando me llamaste por primera vez te traté como a uno más; en general no me gusta demasiado que me interrumpan, que me saquen de mi mundo-limbo (sea cual fuere) para recordarme con preguntas rutinarias que me hallo en realidad en el mundo-oficina y que paso ahí la mayor cantidad de horas de mi vida. Por lo tanto, mis primeras reacciones se asemejan más a lo expulsivo que a lo agradable. No obstante, habiendo del otro lado del teléfono una voz masculina, me esforcé un poco más que si hubiera estado hablando con alguna pesada disfrazada de simpaticona.

Llegaste con un papel, o dos, o tres, no sé. Me hablaste con tono pausado, pero de pronto dejé de escuchar el verdadero significado de las palabras para vestirlas con lo que yo deseaba oír. Te esmeraste en explicarme qué hacer con los papeles, una firma, o dos, quizás tres, pero tu voz fue cambiando a medida que nos desnudábamos con los sonidos del silencio y nos dábamos cuenta de que ninguno de los dos era indiferente a lo que estaba sucediendo.
Ese día te encontré en todos los rincones, te vi de cerca, de lejos, al llegar, al partir. A pesar de mis nervios, mi vergüenza y mi cobardía, tímidamente extendí una invitación que aceptaste animosamente para luego decidir que el azar no volvería a cruzarnos, que lo que en un principio fue capaz de partir la tierra en dos y juntarnos en el mayor de los deseos, podía morir sin más, como el sol, que se desangra sobre el horizonte en cada atardecer.

Cuando te vi por primera vez, supe que había llegado tarde, que el destiempo se las ingeniaría para engañarnos con encuentros casuales en los pasillos, en el ascensor, en las escaleras, en los bares, solamente para hacernos desear, para que me desearas, para desearte, para desearnos, para saber que, con vos, nunca iba a poder ser…

miércoles, 17 de enero de 2007

Paula

Discúlpame, Paula, te tengo abandonada. No he podido retomar las bellas páginas de tu historia porque apenas puedo con las páginas de la mía. Por un momento me distraje intentando recuperar lo que alguna vez perdí por el camino del olvido.
Hace poco tuve un sueño. Soñé que la búsqueda había terminado y me sentí bien. Estaba plena, escuchaba que el encuentro me contaba las cosas que yo deseaba, sin dejar un minuto libre para que la duda y la incertidumbre se ensañaran, una vez más, en verme claudicar. Y fui feliz al encuentro, sentí que lo imposible era posible, que mi vida tenía más espacios, un respiro, una mano amiga, una caricia, una palmada en el hombro, después de tantos meses de manos astilladas e historias inconclusas. Dos noches tuve el mismo sueño, e intenté no hacer ruido para no despertar a la angustia y a la soledad, compañeras incondicionales de largos caminos. A mi lado alguien soñaba también, soñaba paisajes, encuentros, salidas, emociones. Soñaba con los árboles, los pájaros y las palabras. Soñaba que era un peregrino solitario con historias de vida para compartir y emocionar. Pero no soñaba conmigo, soñaba con su imaginación, con su corazón salvaje lleno de intrigas casi adolescentes, con sus ilusiones perdidas apenas unas páginas atrás, quizás soñaba con su afán de releerlas, o de encontrar a alguien capaz de llenar las próximas. Quizás también halló una desilusión. Quizás no, no lo sé, solo quizás.

No sé qué me pasa, Paula, pareciera que no he tenido vida antes y que nada de lo aprendido sirve, que revivo la amargura de la desilusión como si ya no fuera moneda corriente. Vuelvo a golpearme contra el mismo muro, con la esperanza de creer en lo increíble, enroscada en historias sin sentido de mal comienzo y peor final. Me esmero, Paula, no creas que no. Pero pareciera que cuando derribo el tan ansiado muro, levanto uno en realidad más fuerte y alto. Construyo lo que no debo, comienzo por el final, desmedro mis más altos valores construidos en defensa de un corazón ingenuo y quedo a merced de otra realidad, llena de fantasmas y monstruos reales o inventados.
Todo lo que tengo por seguro son estas palabras, que retomo para llenar las interminables preguntas que nunca se responderán, porque la respuesta es la vida misma que sigue su curso sin detenerse ni mirar atrás.
¡Si tan solo me alcanzara mirarte para entender! ¡Si tan solo aprendiera a verte con los ojos de la distancia y no pintado con las acuarelas de la inocencia! ¿¿Qué me pasó, Paula?? ¿Por qué decidí apartarte y retomar mi vida si entre tus páginas me sentía segura, rica, ilusionada y completa?? ¿Por qué interrumpí la realidad para soñar un sueño ya soñado muchas veces? ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? ¿Por qué las cicatrices del alma no enseñan tanto como las del cuerpo? ¿Por qué insistir en la ausencia, el desencanto, la frialdad y la mirada perdida de la incertidumbre?
Lo intento, intento seguir pensando que la vida tiene estas cosas, que menos mal que no pasó más tiempo, que por suerte fue ahora…¿Qué me importa el tiempo si todo lo que deseo es acompañarte desde antes de conocerte? ¿Qué me importa el tiempo si esta herida me alcanza para toda la vida?
Doy vuelta la página e intento calmarme un poco. Miro hacia atrás y el pasado todavía me persigue. Me escondo, te escribo. Te leo en cada palabra, en cada letra. Cierro los ojos e intento recordarte. Nada es igual, algo cambió, pero eso no es malo. Te imagino sentado y tranquilo, con la mirada en el horizonte y la sonrisa a flor de piel, con los ojos llenos de esa inquietud casi infantil mezclada con otros rumbos y otros sueños. Me acerco, toco tu mano distante y tus cabellos enredados. Tus ojos, tus labios, tu piel. Todo es lindo y suave. Me alejo por un sendero que me lleva otra vez al punto de partida, a una página de un libro que nunca debí abrir, a una inquietud que debí calmar desde un comienzo, a una mano desconocida, a una quietud inerte.
Y vuelvo a tus páginas, Paula, no con ánimos de cubrir mi pena, sino de seguir transitando y recorriendo caminos. Ya no puedo mirar atrás pero la tristeza me empaña los ojos y apenas puedo mirar hacia delante. Me quedé sin fuerzas, sin poder seguir remando. Sin entender. Nunca voy a entender qué fue. Cuál fue la mano amiga, cuál la palabra correcta, cuál la caricia equivocada. Y me voy lejos, donde algún día, quizás, tal vez y solo quizás, nos encontremos en algún camino peregrino.
Simplemente, adiós…

miércoles, 3 de enero de 2007

Los zapatitos me aprietan

Cuando yo era chica, comprar zapatos equivalía más o menos a ir de compras a una joyería. El empleado en cuestión estaba siempre prolijamente vestido y , en general, siempre tenía palabras atentas y dispuestas a elogiar hasta el más asqueroso callo. Recuerdo, por ejemplo, que pedía que uno se descalzara el pie derecho (no sé por qué, pero siempre era el derecho), sacaba de la caja los zapatos prolijamente guardados en papel manteca y, con un calzador, procedía a ayudarnos a colocar el zapato nuevo. Después nos pedía que nos levantáramos y tocaba la punta de nuestros dedos, entonces caminábamos frente al espejo para ver cómo sentíamos el calzado y se esmeraba en preguntarnos si nos gustaba o si queríamos ver algún otro modelo.
Hoy las cosas cambiaron un poco. Hoy, por empezar, las vidrieras exponen cuatrocientos modelos diferentes, unos al lado de los otros y con los precios en cartelitos fácilmente movibles que pasean por la vidriera según el modelo que sea señalado por el cliente. Entonces, cuando le decís al vendedor cuál querés probarte, súbitamente descubrís que el modelo que te gusta acaba de aumentar un cincuenta por ciento. Otra cosa que suele suceder es que al entrar al negocio sos en realidad como un poster móvil que molesta y que todo el mundo esquiva. El empleado que no está de gran charla con el otro, se está mirando al espejo, o se está sacando los mocos, o está en el sótano tomando fresco. Una vez que lográs que interrumpan su conversación y te den un poco de bolilla, descubren que el zapato que querés lo tenés ahí nomás, en exhibición en la alfombra; entonces te lo tiran y te dicen: "probateló", mientras ellos siguen ensimismados en sus complicadas tareas. Para ese entonces descubrís que te habías descalzado el pie derecho y que el que te tenés que probar es el izquierdo, porque es el que estaba ahí a mano, lleno de tierra, viste. Y claro, no te entra. Uf. Agarrate. Nuevamente tenés que interrumpir la charla para pedirle al vendedor que, por favor, te traiga un número más. Entonces, de mala gana conseguís que el pibe baje al sótano e interrumpa al que estaba tomando fresco para pedirle que le pase el número treinta y ocho en negro, del modelo guillermina. Después de esperar quince minutos más, sube con la esperada caja, pero al grito de: "Ese modelito no me quedó más, puedo ofrecerte este de tiritas, en rojo carmesí charol y en número cuarenta y cuatro, pero probateló, probateló". Y a pesar de ver tu pie izquierdo al desnudo, te da el zapato derecho.
No sé, antes no era así. Antes el empleado de la zapatería era un sujeto agradable y sonriente. Ahora pareciera que se impuso la moda del autoservicio, del "arreglate solo y tratá de molestar lo menos posible", pasá, servite y después hacé la cola para pagar. Y, por favor, no pidas que lo envuelvan para regalo.