martes, 27 de marzo de 2007

La empresa en la que vivo

Cuando empecé a trabajar en esta empresa multinacional, una de las mejores posicionadas en el mercado, no podía borrarme la sonrisa de la cara. Mi felicidad era tal que hasta yo estaba sorprendida de mi constante buen humor. En aquel entonces yo trabajaba por mi cuenta, vivía sola en un monoambiente alquilado de cinco por tres, cargaba bolsas diez cuadras desde el supermercado más barato y padecía tres largos meses de verano en los que nadie (o casi nadie) estaba dispuesto a tomar clases de inglés. Así era mi vida cuando recibí la noticia. Y la verdad es que en ese aspecto, cambió ciento ochenta grados.
Cuando empecé a trabajar acá, mi puesto era más que satisfactorio: secretaria ejecutiva bilingüe de un Director de una multinacional. Y estaba bien, más que bien. Con el paso del tiempo descubrí que mi trabajo me permitía tener muchas horas libres ya que mi jefe viajaba mucho, lo cual encajaba perfecto en mi necesidad de recibirme pronto. Pasaba horas estudiando con los libros desplegados sobre el escritorio sin ningún tipo de pudor; así fue como leí novelas enteras y eternas en inglés y en español y cultivé mi mente y mi espíritu por más de cinco años. Y mientras me concentraba en mi carrera, veía que las cosas en la oficina estaban siempre igual, el trabajo era siempre el mismo, el grado de desafío era igual a cero y mis actividades habían sido, eran y serían siempre las mismas: atender el teléfono y sacar fotocopias. Los analistas, los jefes de departamento, los gerentes, los cadetes, todos escalaban posiciones rápidamente. Cuando el más idiota de los empleados tuvo su propia oficina, me preocupé. Cuando intenté cambiar de puesto y me di cuenta de que mi título de traductora técnico-científico-literaria en inglés no servía para nada, me preocupé más. Cuando descubrí que acá las secretarias no están contratadas para pensar ni para tener aspiraciones, me quise morir. Cuando el primer nenito engrupido con meses de experiencia en la empresa me “ordenó” que le hiciera una reserva de pasajes, supe definitivamente que mi futuro en esta empresa moriría en la misma silla en la que había empezado. Y decidí limitar mi buena voluntad a trabajar sin esmerarme demasiado, total, por más que me pusiera de cabeza, nunca iba a llegar a ningún lado. Hace un año trasladaron a mi jefe a Houston y a mí me cambiaron de sector. Otro jefe, otros nenitos engrupiditos, mismas tareas. Cuestión que los jefes siguen pasando y yo sigo acá sentada durante horas, aburrida hasta el cansancio, inventando desafíos para que mi cerebro no se marchite. Pero ojo, no es que quiera cambiar de trabajo, no es que me esté quejando. Por ahora el sueldo es bueno y la obra social, impecable. Me gustaría cambiar la manera de encararlo, la predisposición, la energía. Les contaba, nomás, que no quisiera morir sentada en esta silla sin que nadie se diera cuenta…

miércoles, 21 de marzo de 2007

21 de marzo

Un día como hoy de una tarde tranquila del año mil novecientos setenta y dos, una mujer solitaria daba a luz para traer al mundo a un ser tan complicado como sensible. Desde ese día pasaron muchas cosas, lógico. Hubo dolores, fracasos, alegrías, inmensas felicidades… Una madre presente siempre, a pesar del cansancio y las manos agotadas, firme en su empeño por salir adelante. Un padre trunco, de presencia escasa y sentimientos raros. Un hermano compañero, a veces peleador, otras justo y sabio. Viajes, infancia, quintas, amores, desengaños. Interminables recuerdos y emociones. Así pasaron los años y llegó una hija hermosa, llena de sol en los ojos y en los labios, compañera de ruta incondicional.
Y ustedes, compañeros de aventuras, anécdotas, historias, vivencias, cuentos. Y quiero, si me lo permiten, compartir con ustedes lo que me desearon hoy, deseo del cual me apropio: “Que este año sea el comienzo de los cambios que querés para tu vida, y mi deseo es que esos cambios tengan el molde que vos deseas, en lugar de que seas vos la que se amolde a ellos”.
Gracias por estar, por compartir, por acompañarme a soñar...

martes, 20 de marzo de 2007

Extraños

Te vi y te ignoré, no podía hacer otra cosa, no me interesaba hacer otra cosa. Eras uno más junto a la puerta, alguien de todos los días. La situación cedió ante lo inevitable: debíamos acercarnos sin saber bien porqué. Te noté ausente, perdido en un mar de palabras rotas que aportaban solo silencio e indiferencia. Respiré profundo, una vez, dos, me acerqué un poco más, pero la música de tus oídos te transportaba más allá y yo parecía imperceptible a tus ojos, a tu piel, a todos tus sentidos.
Volví a ignorarte, pero el misterio de tu mirada ausente sacudía mi interior de una manera inexplicable. Insistí, me acerqué otra vez, pero a esa altura ya me arrebataba el terrible deseo de abrazarte, de apoyar mi cabeza sobre tu pecho y decirte cuánto te había estado esperando. Me contuve, no quería arriesgarme a que tu indiferencia me quitara del sueño para transportarme abruptamente hacia la realidad. De manera casi infantil toqué tu hombro y fue entonces cuando me miraste. La felicidad duró solo un segundo porque seguiste tan ausente como antes, al menos eso pensé. Tomé mi cartera, ya dispuesta a irme cuando de pronto me di cuenta de que algo nos conectaba y de que no era la indiferencia lo que te guiaba. Sentí tu mano rozando la mía muy dulcemente, me quedé inmóvil y casi sin querer respondí a tu deseo de acercamiento con una sonrisa. Esperé con desesperación una señal, algo que me diera la pauta de que no había sido un error, ya que por un momento pensé que había sido un sueño, que las caricias solo respondían a mis más bajos instintos de comunicación. Pero no. No había sido un sueño. No solo no quitaste tu mano de nuestro lugar común sino que me acariciaste con más firmeza que antes. No supe qué hacer, temblaba por dentro y me avergonzaba por fuera, temiendo que alguien descubriera nuestros códigos, nuestros movimientos, nuestros deseos. Faltaba poco, ya era tarde y debía seguir mi camino, pero no sabía qué hacer, no quería irme así, sin más. ¿Qué hacer? ¿Debía hablarte, mirarte, tocarte? ¿Cómo decirte que sí, que estaba ahí, que tenía ganas de volver a verte? ¿Y si me equivocaba? ¿Si en realidad tu mano me había acariciado accidentalmente? ¿Y si mi deseo no era más que un manojo de extrañas emociones? Evadí la situación de la manera más infantil que tuve en los últimos diez años de mi vida: huí. Me bajé del subte como si la muerte acechara los vagones. Fui cobarde o ingenua. Mi fantasía supuso que ibas a seguirme, pero cuando miré atrás, ya no estabas. Y una vez más descubrí que la ilusión puede llegar en cualquier momento, de la mano de un amigo o de un extraño, para irse así, sin más, dejando en nuestro interior una sensación de vacío e impotencia.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Gente que brilla

Me fui de vacaciones con el deseo de encontrar un lugar placentero en donde pasar unos días tranquilos. Un lugar para descansar. Un lugar para mí, para mi hija, para mi silencio y mi acuarela de palabras. Un lugar en donde llenarme de sol, bailar entre las nubes, cantar, ser feliz.
Encontré algo mejor. Un lugar mejor. Encontré un río cristalino que susurra melodías en los oídos del hombre solitario y pájaros que acompañan los pasos perdidos del peregrino. Encontré en las cabañas
Casablanca una casa, una morada, un hogar, manos amigas. Encontré algo que no es fácil de encontrar en la vida: gente capaz de emocionar y emocionarse, con ojos llenos de lágrimas al compartir los más profundos dolores y rebosantes de alegría al ver una sonrisa en la carita de mi hija. Disfruté de charlas al atardecer, de confidencias, de confesiones. Encontré corazones abiertos deseosos de albergar historias nuevas y de compartir vivencias enriquecedoras y otras magulladas por los azares del destino. Casablanca despliega en el paisaje el empuje, la fuerza, la garra, el amor y la calidez de Eddy y Freddy, gente capaz de tenderle una mano amiga a alguien que apenas conocen; gente que enseña que a pesar de las dificultades que existen en el duro camino de la vida, siempre habrá un espacio para escuchar al otro, para ayudarlo, para acercarse de corazón a corazón. Vayan entonces para ellos estas sencillas palabras de agradecimiento por todo lo que han hecho para que nuestras vidas brillen más.
Y vaya también este pequeño poema de Hamlet Lima Quintana.
Sencillamente, gracias.

Hay gente que con solo decir una palabra
Enciende la ilusión y los rosales;
Que con solo sonreír entre los ojos
Nos invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con solo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después, como si nada

Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.