miércoles, 24 de octubre de 2007

"Ojalá te enamores..."

No hay caso. Cuando el amor te atrapa, te pasa el trapo con Blem aroma naranja hasta el último de los rincones, te limpia, te perfuma y te deja libre de pelusas. No importa cuan racionales ni inteligentes seamos ni la experiencia que tengamos en la materia, cuando te toca, te desarma, te acorrala en callejones sin salida y te deja así, sin entender dónde quedaron tantos años de errores teóricamente irrepetibles.

Agustín es un chico inteligente y muy interesante, de ojos cálidos y alma transparente. Es fácil saber lo que le pasa, basta con mirarlo fijo o escuchar su tono de voz. Es de esos amores fieles y únicos, y es, a mi entender, un muy buen pibe. Pero tuvo la mala suerte de encontrarse con el amor, patinar y caer rendido a sus pies. Digo mala suerte porque en esas circunstancias, enamorarse es tener mala suerte. ¿O qué sino? La mujer en cuestión llegó al Registro Civil antes que él y gusta de tener amantes varios. Su marido, un médico bastante interesante, hace caso omiso a su ornamenta y sigue adelante con su vida. Ella es grácil, culta y muy astuta. En vano es hablar con Agustín y explicarle que ella nunca va a divorciarse, que es así, e intentar disuadirlo y hacerlo entrar en razones. El otro día me dijo: “Yo no elegí enamorarme de ella” y eso me dejó pensando… ¿Hasta qué punto somos dueños de elegir al destinatario de nuestro amor? ¿Por qué nos esmeramos e insistimos en lo que es complicado? ¿Qué apuesta hacemos cuando nos involucramos sentimentalmente con un imposible? ¿Qué queremos probar? ¿Estamos mejor ubicados y tranquilos cuando sabemos que el otro está ocupado y eso nos libera de compromisos? De comprometernos con nosotros mismos, de respetar nuestros sentimientos, de cuidarnos.

En un país de Asia, cuando quieren insultar a alguien y desearle el peor de los males le gritan: “ojalá te enamores” y le echan la peor de las maldiciones que, a su entender, un ser humano puede padecer, condenándolo a años de sufrimiento tortuoso y de amores no correspondidos.

No hay caso, cuando el amor te atrapa, te encierra en un laberinto de sensaciones inexplicables, en un sinsentido que supera todo lo conocido por nuestra mente y nuestro cuerpo, sin darle lugar a nada ni a nadie más, para secarnos hasta la última gota de suspiro, para provocarnos insomnio, para volvernos tontos y vulnerables… No hay caso, cuando el amor te atrapa, inevitablemente y sin importar cuánto te resistas, te pasa el trapo.

martes, 16 de octubre de 2007

Leé, Má

La verdad es que no sé quién escribió esto, pero quiero compartirlo con ustedes. Felicidades.

Juntas nos sentamos para almorzar cuando mi amiga me comentó que ella y su marido estaban pensando en formar una "Familia".

-"Estamos haciendo encuestas", me dijo medio en broma y preguntó: "¿Te parece que encargue un bebé?".
- "Te cambia la vida por completo", contesté, con tono neutral.

- "Ya sé...-agregó- no podés dormir hasta tarde ningún día, no podés escaparte un fin de semana, no podés salir a cenar afuera después de trabajar...".

Pero esto no es lo único que quería decirle. La miré y traté de buscar exactamente lo que intentaba expresarle. Quería contarle lo que nunca aprenderá en los cursos de pre-parto. Quería explicarle que las heridas físicas de dar a luz se sanarán, pero que el ser Mamá le dejará una emoción tan grande que se volverá vulnerable para siempre. Quería advertirle que nunca mas podrá leer un periódico sin pensar: "Podría haber sido mi hijo...".
La miré cuidadosamente. Sus uñas estaban perfectamente limadas, tenía puesto un hermoso trajecito y el color de su cabello estaba recién logrado en su peluquería. Pensé que no importaba lo muy "producida" que luciera, cuando fuera mamá se reducirá al nivel primitivo de una leona que protege a su cachorro. Que un grito desesperado de "¡¡Mamá!!" será suficiente causa para dejar caer su mejor vajilla sin siquiera titubear.
Creí que tenía que advertirle que no importa cuantos años haya invertido en su carrera de abogacía, profesionalmente será derrotada -al menos por un buen tiempo- por la Maternidad. Podrá acomodar sus horarios con los de la guardería, pero algún día entrará en una importante reunión de negocios pensando solo en el olorcito que Su Hijo tenía esa mañana y tendrá que disciplinarse para no llamar a cada rato y preguntar si está bien.
Quería que mi amiga supiera que las decisiones de todos los días ya no serán de rutina. Que -por ejemplo- el deseo de su hijo de cinco años de ir al baño de los caballeros, en vez de ir al de damas se transformará en un dilema enorme.
Quería aclararle que no importa con qué seguridad toma decisiones en la oficina, como mamá siempre estará preguntandose: "¿Habré hecho lo correcto?". Miré a mi amiga tan atractiva y seductora, y pensé en prevenirla de los kilos de más que acarrea el embarazo,
pero también quería asegurarle que ya nunca mas se verá ni se sentirá como antes, que su vida, ahora tan llena, tan importante, tendrá menos valor una vez que llegue ese hijo. Que preferirá la muerte antes que perder a su hijo, pero que también rogará por muchos años por adelante, no solo para cumplir sus propios sueños, sino también para presenciar como su hijo realizó los de él. Quería que supiera que la cicatriz de una cesárea o las estrías de la panza, se transformarán en distinciones de honor.
Quería contarle que la relación con su marido también cambiará, pero no en la forma que ella piensa. Ojalá pudiera hacerle entender cuanto más amará a ese hombre si él tiene mucho cuidado tanto al poner un pañal como al tirarse al suelo para jugar con el pequeño. Quería que no dudara que volverá a enamorarse de él, pero por razones que ahora le parecen muy poco románticas.
Quería que mi amiga supiera lo emocionante que es ver a un hijo caminar por primera vez, poder capturar sus carcajadas cuando uno lo besa, lo abraza y lo mima. Quería que ella tuviera la oportunidad de experimentar esta felicidad que es tan real, que a veces hasta nos hace doler por lo intensa.
La mirada de mi amiga hizo que me diera cuenta de que se me habían llenado los ojos de lágrimas. Entonces, estiré mi mano, tomé la de ella, la apreté fuerte y solo le contesté:
"Nunca vas a arrepentirte...".

lunes, 8 de octubre de 2007

Solo somos

Somos únicos. Somos uno, dos y tres pero no sabemos ser uno más dos más tres. Somos lindos, feos, amables, odiosos, agresivos, desatentos. Somos enunciados en una sola voz. Somos un único voto. Somos nuestras mentiras y nuestras ausencias, nuestros reproches y nuestros desagravios. Somos un poco lo que queremos y todo lo que podemos. Somos perfectamente imperfectos; ojos cansados y no correspondidos. Somos un intento de ilusión, de saber del otro, de querer acercarse, pero receptores de mentiras hirientes e innecesarias y víctimas de estacas que se clavan en los huesos. Somos puñados de escasas alegrías y grandes decepciones. Somos lo que no nos importa, lo que no permitimos y castigamos sin piedad, disfrutando de ser verdugos. Somos infantiles y criticones. Somos tan horribles cuando pensamos solo en nosotros que ni siquiera nos damos cuenta de que el verbo “somos” sin “nosotros” no significa nada.

lunes, 1 de octubre de 2007

La primera cita y el sexo

Alguna vez hablé en este blog sobre la incertidumbre que genera “el día después” de la primera noche de pasión. En esta oportunidad me gustaría hacer una breve reflexión sobre las jugadas previas a la primera cita. Cuando aceptamos una invitación, a grandes rasgos hay en juego dos escenarios posibles. Si el hombre en cuestión está casado, sabemos que, en el noventa y nueve coma nueve por ciento de los casos, el escenario planteado es: “Me gustás, vamos a la cama”, por lo cual aceptar esta invitación es sinónimo de agregar un nuevo nombre a nuestra lista de deseos satisfechos y no debería haber ningún tipo de expectativa posterior de ninguna de las partes. Si el hombre en cuestión está libre, el escenario planteado podría ser: “Me gustás, vamos a la cama y DESPUÉS VEMOS QUÉ PASA”.
Y es en este punto en el que yo patino, resbalo y caigo. No me acostumbro al “VEMOS QUÉ PASA”. ¿Cómo vemos qué pasa?? Digo, ¿no te pasaba antes de invitarme a salir? ¿El “vemos qué pasa” depende de mi desempeño en la cama? ¿Y qué querés que haga en la primera salida? ¿Que me porte como una stripper desenfrenada? Digo, porque para eso, buscate una stripper desenfrenada. Entonces comienza en mi interior un manojo de incertidumbres dignas de otro planeta. Primero pienso que, en todo caso, quizás sería bueno guiarse por la versión de que es mejor dejar la cama para la segunda o tercera salida, para darle una chance a un nuevo encuentro o para cultivar un poco una posible relación; pero por otro lado también pienso que mi lectura de la invitación es errónea y que si a la hora de ir a los papeles digo que no, quedaré como una histérica imbécil porque, primero, quizás también tenía ganas y, segundo, por haber mal interpretado la invitación.
¿Qué hacer entonces en la primera cita? ¿Dejarse llevar por los propios deseos —si los hay— de avanzar y concretar un encuentro sexual? ¿Dejar el tema en veremos para que exista una segunda oportunidad y correr el riesgo de que no exista y ser tratada como una histérica?


Desde junio alguien a quien veo en una actividad deportiva una vez por semana me invitaba a salir. Desde junio que lo observaba, sonreía y me negaba no porque no me gustara, sino todo lo contrario, porque intentaba esperar e ir con cuidado para fomentar un vínculo y no incrementar una lista de deseos satisfechos.
Finalmente, acepté. Acepté con la idea de conocerlo, de salir, de compartir una charla, un cine, un café. Acepté con la idea de que el “vemos qué pasa” ya era algo superado, porque desde hacía dos meses nos pasaba algo similar, queríamos compartir algo más que unas horas en una pileta. A ver. Entendeme. Si acepté salir con vos fue porque me pasaba algo más que un par de noches… Y simplemente sucedió que mientras yo fomentaba la ilusión, el hombre incrementaba listas de deseos satisfechos.