martes, 1 de abril de 2008

Ser o no ser

Hay cosas que, definitivamente, nunca seré. Hay cosas que, definitivamente, nunca viviré. O porque ya estoy un poco grande o porque tengo más posibilidades de que me morfe un tigre blanco en la puerta de mi casa que de que tantas cosas extraordinarias se conjuguen al mismo tiempo. Algunas por suerte, otras por desgracia. En general, para lo maravilloso y para los cuentos de hadas uno ya está grande, pero para lo caótico y desdichado pareciera que siempre hay tiempo. Difícilmente uno puede decir que va a pasar de mendigo a millonario, pero de millonario a mendigo…
Nunca seré, por ejemplo, una niña prodigio. Tampoco seré astronauta, ni una paquita de Xuxa, ni la hija de un príncipe ni una virtuosa del clarinete. Nunca seré presidente, ni monja de clausura, ni dueña de una isla, ni un genio del ajedrez. Tampoco sabré jamás lo que es levantarse al alba todos los días para cosechar soja u ordeñar las vacas, ni ser diplomática de la ONU. Nunca tendré la habilidad de hablar siete idiomas, de ganar una medalla de oro en las olimpíadas ni de pilotear un avión. No me casaré virgen. No bailaré con Julio Bocca. Y dudo que a pesar de mi pasado artístico Hollywood pueda reconocerme como estrella para filmar la versión 22.344.355.252.556 de Matrix.
Pero, por ejemplo, todavía estoy a tiempo de irme a pique. Todavía tengo tiempo de quedarme sin un peso, de convertirme en una drogona sin remedio, en una alcohólica anónima; de volverme una asesina serial o una psicótica de chaleco blanco. Todavía puedo llenarme de piojos y dormir debajo de un puente. O comer hasta quedar más gorda que un elefante. O emborracharme en el Casino e hipotecar mi casa.
Entonces me pregunto qué cosas estarán a mi alcance, cuáles dependen de mi empeño y mi buena voluntad y si estaré a tiempo de lograrlas. Me pregunto en qué debería invertir los años que me quedan por delante para evitar que las siete plagas de Egipto caigan sobre mí y para tener un futuro medianamente agradable y feliz. ¿Debo insistir en darle bolilla a mis inclinaciones artísticas y ver si me aceptan en el ballet del Colón a los cincuenta años? ¿Debería probar con el azar y ver si puedo comprar acciones en Wall Street? ¿Me someto a una cirugía plástica y me postulo como modelo de Pancho Dotto?
No lo sé, pero al final, ser o no ser, es la cuestión.